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"Premio al padre Opeka"
10/12/2009 por - Vaticano
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Premio al padre Pedro Opeka
El 10 de diciembre, con la presencia de su Santidad Benedicto XVI, la Fundación San Mateo, creada en memoria del difunto cardenal Francois-Xavier Nguyen Van Thuan, entregó por primera vez los premios “Solidaridad y Desarrollo 2008”. Entre los premiados está el sacerdote argentino, Pedro Opeka, de la Congregación de San Vicente de Paul. El padre Pedro, quien ya fue galardonado en distintas oportunidades (premio “Mundo Negro a la Fraternidad 2007”; “Medalla de la Legión de Honor de Francia”, en 2007; “Misionero del año Jubilar”, Italia, en 2000; “Oficial de la Orden Nacional del Mérito de Francia”, en 1998; “Caballero de la Orden Nacional de Madagascar” en 1996; “Legión de Honor de Eslovenia” en 1996) y propuesto también para el Premio Nobel de la Paz, recibió este nuevo premio por su labor humanitaria en Madagascar a través de la Asociación AKAMASOA. El padre Opeka hace más de 30 años que vive en Madagascar. En 1989 creó AKAMASOA (en lengua malgache quiere decir “Los Buenos Amigos”). Según refiere el escritor Jesús María Silveyra, en su libro sobre el padre Pedro (Un viaje a la esperanza, Lumen): “Una mañana, a mediados de 1989, Pedro se subió a su moto y partió rumbo a las colinas de Ambohimahitsy, donde la gente vivía en casas de cartón próximos al basurero municipal, en un estado que describiría como de un verdadero infierno. La violencia, prostitución, el consumo de drogas y el alcoholismo, eran moneda corriente para aquella gente que repartía su vida entre los vicios, la mendicidad y el cirujeo en los basurales. Allí dentro, frente a un pequeño grupo, Pedro les dijo: ‘Si están dispuestos a trabajar, yo los voy a ayudar’. Palabras que marcaron desde el comienzo la filosofía de su obra, centrada en el trabajo y educación. Y la gente aceptó la propuesta, dando comienzo ‘una historia de amor o aventura divina’, como la define el padre Opeka”. Hoy, luego de diecinueve años de esfuerzo, los números reflejan los resultados obtenidos. Cerca de veinte mil personas viven en los pueblos de la Asociación, más de 8.000 chicos van a sus colegios, tres mil personas trabajan en distintas actividades de Akamasoa (explotación de canteras, fabricación de muebles y artesanías y prestación de servicios comunitarios). Cada pueblo cuenta con un dispensario y hace pocos años inauguraron un hospital. Además, más de doscientas cincuenta mil personas han pasado por su Centro de Acogida donde reciben ayuda temporal. Toda una obra de la Providencia, digna de admiración.
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"Promesa de fe: trabajo, servicio y esperanza"
27/08/2006 por Carmen María Ramos - Diario “La Nación”
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En la lejana Madagascar, un
sacerdote argentino fundó hace 25 años una misión que ha logrado frenar
la exclusión y la miseria sin caer en el asistencialismo.
Salir de la
pobreza con trabajo y dignidad. Así de simple, así de categórica, es la
propuesta con la que el sacerdote argentino Pedro Pablo Opeka ha logrado
arrancar de la exclusión y la desesperanza a cientos de miles de pobres
en la lejana Madagascar. Allí el padre Pedro, en sintonía con la
parábola del grano de mostaza, plantó un sueño de esperanza al que llamó
Cité Akamasoa -ciudad de los buenos amigos-, donde la clave es salir de
la postergación, evitando el asistencialismo.
"La pobreza no
es una fatalidad del destino, es algo producido por los hombres, sobre
todo por los políticos que prometen y no hacen", nos dice -vía e-mail-
Pedro Pablo Opeka desde su casa de Andralanitra, uno de los cuatro
centros de la Cité Akamasoa, junto con Manantenasoa, Mahatsara y
Antolojanahary.
La obra
humanitaria del misionero lazarista argentino -reflejada en el libro Un
viaje a la esperanza (Lumen), de Jesús María Silveyra, que viajó a
Madagascar para conocer por dentro cómo funciona la misión- se basa en
dos pilares: el trabajo y el servicio, como herramientas para ayudar a
los marginados y desposeídos a salir de su dependencia.
"Cuando los
recursos sociales los maneja el Estado, no llegan a donde deben llegar,
van a parar a otro lado, generalmente a los bolsillos de los políticos.
Sobre todo en los países subdesarrollados", explica.
En los muros
del gimnasio que hace las veces de iglesia, en Andranalitra, y en todos
los pueblos de la Asociación Akamasoa, puede leerse: "El que no trabaja,
que no coma" (como decía San Pablo); "Si tú no trabajas, ¿quién te dará
de comer?"; o "El trabajo hace a la persona", todos lemas que resumen
parte de la filosofía de esta asociación y de su fundador.
"En Akamasoa
no damos nada sin exigir el trabajo a cambio, cuando se trata de
personas fuertes y de buena salud", dice el padre Opeka. "En nuestros
barrios se trabaja, se escolariza a los niños y se respeta la disciplina
comunitaria. Mi idea es que todo proyecto social debe estar centrado en
la contraprestación, salvo cuando se trate de casos extremos", explica.
Pedro Pablo
Opeka nació el 29 de junio, día de la festividad de San Pedro y San
Pablo, hijo de inmigrantes muy humildes llegados al país a fines de la
Segunda Guerra Mundial.
A los 10 años
ingresó como pupilo en el centro misional Baraga, en Lanús, dirigido por
sacerdotes eslovenos de la Congregación de San Vicente de Paul. Terminó
el bachillerato en el seminario de los mismos padres vicentinos
-también llamados lazaristas- en Escobar. En 1966 comenzó el noviciado
de 3 años en la localidad de San Miguel.
Desde muy
joven lo desvelaba la pobreza y la búsqueda de una forma de ayudar que
no generara dependencia, sino que diera armas para enfrentar la
adversidad. Con ese idea llegó a Madagascar, adonde fue por primera vez
como voluntario con 22 años y sin haberse ordenado aún sacerdote.
Después de
completar sus estudios y de ordenarse en la Basílica de Luján, el 28 de
septiembre de 1975, volvió a la isla para siempre. Se reencontró
entonces con un país paupérrimo, de 17 millones de habitantes, ubicado
entre Asia y Africa y asolado por todo tipo de problemas. Sobre un total
de 208 países del mundo está entre los 17 con menor ingreso per cápita.
Durante los
trece años que vivió en el sur de la isla de Madagascar dejó rastros de
su vocación de constructor, de líder convencido de que a la gente no hay
que darle pescado, sino enseñarle a pescar. Su obra misional se centró
en recuperar la dignidad de numerosas comunidades de este pueblo
postergado.
Reconstrucción
Entre 1989 y 1992 tuvo a su cargo la dirección
del seminario de Antananarivo. Fue una etapa de gran recesión económica
en el país, que empujó a miles de personas a vivir en las calles y a
comer de los basureros para poder sobrevivir.
Opeka había
ido a la capital para ocuparse del seminario, no del problema social.
Pero sintió un mandato imperativo: "Tengo que hacer algo", se dijo.
Cuando hoy mira para atrás y ve lo que se ha hecho no sólo en obras
materiales sino en la reconstrucción humana y espiritual de la gente, no
puede creerlo. Desde su fundación, en 1990, por Akamasoa han pasado
unas 200 mil personas.
-¿Por qué rechazó siempre cualquier modelo basado en el asistencialismo?
-El trabajo dignifica. El aistencialismo vacío
termina hundiendo más a la gente. Claro que cuando estamos enfermos o
sin trabajo es normal que nos asistan momentáneamente, pero eso no debe
durar toda la vida. Tenemos que trabajar. Hay que combatir el
asistencialismo hasta en la propia familia. Por que si no, no dejamos
crecer a los hijos y los acostumbramos a recibir todo de los padres.
-¿Por qué cree usted que la pobreza aumentó tanto en la Argentina?
-La pobreza en la Argentina no ha caído del
cielo: viene creciendo desde hace medio siglo. El problema de muchos
países, incluyendo a la Argentina, es que los dirigentes políticos se
encargan de hacerles creer que el Estado les va a resolver todos los
problemas. No se puede construir sobre ilusiones, sobre mentiras, sobre
palabras que luego no se cumplen. Esto ha producido fracturas sociales
con consecuencias nefastas y resentimiento en una parte importante de
los ciudadanos. Hay dos sociedades en la Argentina que no se comprenden
porque no se escuchan y se hablan muy poco.
-¿Se podría
replicar el modelo de promoción humana de Akamasoa en nuestros países de
América latina? -Claro que sí, nuestro modelo de promoción humana de
Akamasoa es replicable porque se basa en algo muy simple: el respeto por
cada ser humano. Todos tienen derecho a lo mínimo necesario para vivir
un vida digna. Pero la ayuda no se debería dar sin contrapartidas.
Asistir a alguien sin ninguna exigencia es matarle su espíritu de
iniciativa.
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"Se puede salir de la pobreza"
07/05/2006 por Reportaje al autor realizado por la Agencia de noticias internacional -
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BUENOS AIRES, domingo, 7 mayo 2006
(ZENIT.org).- Salir de la pobreza es posible, demuestra la obra
Humanitaria Akamasoa en Madagascar, del padre Pedro Pablo Opeka,
sacerdote Vicentino.
Para
comprender la labor de este misionero argentino, Zenit publica esta
entrevista con Jesús María Silveyra, autor argentino del libro: «Un
viaje a la esperanza, salir de la pobreza con trabajo y dignidad»
(Editorial Lumen).
-- En sus reconocidas obras, entre las que se
cuentan: «Pedro, la historia jamás contada», «Los ojos de María», «Los
Apóstoles», «Confesiones de un peregrino a Medjugorje», «El camino de la
misericordia» y recientemente en su último libro: «Un viaje a la
esperanza, salir de la pobreza con trabajo y dignidad», trasciende una
clara tendencia de elección en la búsqueda de Dios, ¿por qué?
-- Silveyra:
En primer lugar, la literatura en sí misma, las ganas de escribir que
tuve desde que siendo un jovencito leí, entre otras cosas, «El viejo y
el mar», de Ernest Hemingway, y me dije a mí mismo: «cuando sea grande,
voy a ser escritor».
En segundo lugar, la Palabra de Dios, que fue
afectando mi propia palabra en el proceso de conversión personal. La
Palabra que fue nutriendo a mi modesta palabra de un sentido
trascendente, de permanente búsqueda del Absoluto y su misterio.
La Palabra que
fue regando mi pequeña palabra con la grandeza del gozo proveniente del
contacto con el Espíritu de Dios, fuente de inspiración, que con su
luz, fuego, viento, torrente y calma fue ayudándome a moldear mi
palabra.
Por último, un llamado y un atisbo de misión que
se hicieron presentes en mi vida literaria: contribuir a evangelizar la
cultura.
Llamado que
recogí en 1986, durante la visita del querido Juan Pablo II a la
Argentina, cuando el difunto Santo Padre, «el Grande», habló en el
teatro Colón de aquella misión reservada para los artistas.
Cada vez que
uno de mis lectores se siente llamado, interpelado, conmovido o,
simplemente, se pregunta sobre la existencia de Dios y se lanza a su
propia búsqueda, siento que estoy aportando un granito de arena en el
anuncio del Evangelio. Esto no quiere decir que deba restringir mi
literatura únicamente a lo religioso.
--¿Cómo clasificaría sus obras a través del tiempo?
--Silveyra: Como he dicho, mis obras son una
búsqueda permanente de Dios a través de la experiencia mística o, si se
quiere, del contacto con el misterio. Comencé a publicar a partir de
1992, cuando decidí dedicarme de lleno a la literatura abandonando
parcialmente mi vida empresarial.
Primero fueron
una serie de cuentos que me pusieron cara a cara con la muerte y la
esperanza de una vida eterna. Más tarde, me encontré con la figura de
san Pedro.
Jesucristo
había elegido a un hombre débil, como cualquiera de nosotros, que nos
hacía llegar con su vida un mensaje de radicalismo evangélico: Pedro,
una vez convertido, no sólo confirmó en la fe a sus hermanos sino que
entregó su vida por amor a su maestro.
En la cruz
invertida, en ese «darse vuelta», estaba mostrándonos un camino de
conversión y salvación. Posteriormente, escribiendo sobre Los Apóstoles,
tomé conciencia de que el Señor nos estaba llamando a todos a «darnos
vuelta», a mirarlo y a seguirlo.
Redactar la
crónica sobre los siete monjes trapenses asesinados en Argelia, fue
comprobar que el mensaje de amor cristiano de «dar la vida», estaba vivo
en las postrimerías del siglo XX.
Finalmente,
llegar a Polonia de la mano de santa Faustina Kowalska, acompañando la
última visita de Juan Pablo II a su tierra, para encontrarme frente al
Jesús Misericordioso, fue recibir la gracia del Señor Resucitado en ese
pasaje de la muerte en cruz a la plenitud de la vida en gozo eterno.
Entre medio, hubo otros libros. Estuvo la Virgen
siempre presente, iluminando mi búsqueda con su mensaje de «Guadalupe»,
en el que repetía que ella era nuestra madre, la que nos protegía en el
hueco de su manto, bajo el cruce de sus brazos; como también lo estuvo
la «Reina de la Paz», intercediendo, ayudándome a abrir el corazón un
poco más.
Por último, publiqué una novela política, cuando la Argentina estaba sumida en una de las peores crisis de su historia.
En ella imaginaba un presidente que venía a poner al país de pie, liberándolo de tanta pobreza, marginalidad y frustración.
Este
presidente fundaba «Centros de esperanza». Abandonaba el protocolo y se
iba a construir viviendas con los necesitados. Al cabo de un tiempo eran
miles los que se unían a su proyecto de dignificación a través del
trabajo.
Creo que, esa novela, fue la antesala para
meterme más profundamente en el tema social de la mano del padre Pedro
Opeka, experiencia que cuento en mi último libro.
En una
palabra, a partir del proceso inicial de búsqueda «personal» de Dios,
creo que estoy saliendo al encuentro con el «otro» para anunciarle la
buena noticia de que Dios está en medio de nosotros y que nos ama.
-- Siendo su reciente libro «Un viaje a la
esperanza…», el primero que se edita en idioma español dedicado a la
reconocida Obra Humanitaria del padre misionero argentino Pedro Opeka en
la isla de Madagascar, ¿cómo tomó conocimiento de su existencia?
-- Silveyra:
Tomé conocimiento de él, por un artículo que apareció en un diario
local. El título era: «El sacerdote que rescató de las calles a 17.000
africanos».
Más abajo decía: «En lo que antes era un
basurero, creó una pequeña ciudad», refiriéndose a la obra de Akamasoa.
El padre Pedro
Opeka contaba que se había acercado a los hombres de la calle y les
propuso salir de esa vida con lo que el podía enseñarles: trabajar”.
Me quedé helado cuando leí esto, por la
similitud que encontraba entre Pedro y mi personaje novelesco, así como
entre Akamasoa (que quiere decir en malgache: «Los buenos amigos») y los
«Centros de Esperanza» que yo había imaginado en mi libro.
«De pie frente
a la miseria, Pedro les propuso crear una nueva vida de trabajo y
solidaridad», continuaba diciendo el artículo, para terminar con una
frase del padre Opeka muy radical: «La pobreza no es una fatalidad del
destino, es algo producido por los hombres, sobre todo por los políticos
que prometen y no hacen».
Para mí, era
suficiente. Aqu
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"Un dia en la vida de... Pedro Opeka"
14/01/2006 por Flavia Fernandez - Diario "La Nación"
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Trabajo y felicidad, con el alma iluminada
Nació en San
Martín, provincia de Buenos Aires, pero desde hace años está radicado en
Madagascar, isla ubicada entre Asia y Africa donde hay pobreza crónica y
la explotación es moneda corriente. Al frente de la asociación
humanitaria Akamasoa, va y viene Mompera (deformación del francés mon
père, mi padre), que es, en realidad, el sacerdote Pedro Opeka, un
hombre infinitamente sensible que un día supo que debía ser misionero en
tierras remotas para vivir y hacer conocer el amor de Dios. "Me fui en
1970. Mi comunidad de San Vicente de Paul necesitaba gente para la
misión del océano Indico y respondí a ese llamado. Llegué un 26 de
octubre y mi primera impresión fue que volví a nacer en otro mundo. Todo
era diferente: la gente, el idioma, la cultura, las tradiciones, la
mentalidad, la religiosidad, el clima, la tierra, los bosques
tropicales, y las condiciones de vida tan precarias. Pero no me asusté,
sino todo lo contrario. Dentro de mí corría un gran entusiasmo, no veía
la hora de conocer la primera aldea y presentarme como un nuevo amigo."
Lejos de la
emoción, los habitantes del primer pueblo que visitó reaccionaron con
pánico. "Apenas me vieron, blanco, comenzaron a gritar. Los chicos y las
mujeres se escaparon al bosque y me quedé solo sin saber qué hacer.
Decidí esperar. Supuse que llegaría el día en que ellos me invitarían a
visitarlos. Y así fue."
Opeka (que en
esloveno quiere decir ladrillo o teja) se comunica en malgache, única
lengua de la isla a pesar de las 18 tribus existentes. "Es difícil, ya
que tiene otra estructura gramatical y una lógica totalmente diferente.
Pero terminé aprendiéndola y amándola. Sus proverbios encierran una
sabiduría ancestral profunda. Uno, que me encanta, dice: No mires el
valle silencioso, mira al Creador por encima de tu cabeza ."
Después de 36 años
fuera del país, se siente ciudadano del mundo. "Por supuesto, queda
algo de nostalgia. Yo extraño la pampa, la alegría de vivir y ser de los
argentinos, el fútbol, el asado, la familia. Es raro encontrar en el
mundo la afectuosidad del argentino. En cambio, acá resulta imposible
exteriorizar los sentimientos. Todo pasa tan rápido; hay tanta muerte y
tanto desencuentro que si uno manifiesta públicamente el afecto por otra
persona todos se ríen."
Su día comienza a las 4.45. Dedica 15 minutos a la meditación y luego
celebra misa en la capilla. A las 6 desayuna café con leche condensada,
un pedazo de pan y miel. Media hora después está en su oficina, donde
abre el correo electrónico y responde las cartas más urgentes. Más tarde
prepara artículos y charlas junto con sus colaboradores, que son 327
jóvenes malgaches; entre ellos maestros, médicos, parteras, técnicos y
asistentes sociales. "Los temas por tratar tienen que ver con la
violencia, la salud, la educación, el trabajo, la gente abandonada en
las calles. A media mañana me reúno con las personas que me ayudan con
el tema de las finanzas (compra de medicamentos, alimentos, materiales
de construcción, etcétera), y después recibo a turistas europeos
interesados en el proyecto, o simplemente gente que, estando de paso,
¡quiere llevarse la foto de recuerdo de Akamasoa! Y es entendible. En la
guía más famosa de Francia nos dedicaron una página e invitan para que
nos visiten. Nos ponen de ejemplo sobre cómo se puede salir de la
pobreza. La cosa es que terminan asistiendo a nuestras misas, donde 6000
personas, con sus cantos y danzas autóctonos, manifiestan su fe y
lloran de emoción."
Misericordia sí,
sacrificio no. Cuando no tiene algún entierro duerme una breve siesta.
Después recorre el pueblo para controlar cómo van las obras en las
escuelas; los dispensarios; los talleres de mecánica, carpintería,
tornería y confección. "Al atardecer visito el centro de acogida y hago
un picadito con los chicos en un pequeño campo. A veces terminamos el
día con un grupo de oración, cantamos y rezamos un salmo. La comida se
realiza a las 19.30, y a las 20 hago mi última visita al Santísimo en la
capilla. Antes de dormir, suelo mirar algún noticiero, leer algún
artículo o libro. Pero seguramente a las 22 apago la luz para dormir."
Sus frases de cabecera son: No quiero sacrificio,
sino misericordia , y Nadie tiene más grande amor que el que da la vida
por sus amigos . "Son palabras de Jesús, ideas revolucionarias que hoy
pocos entienden. Creo que no hay pobreza digna e indigna. Toda pobreza
es un mal, falta de algo, que lo hace imperfecto. Pero hay pobres ante
los ojos del mundo que son ricos en espíritu frente a Dios. En este caso
la palabra pobreza no quiere decir miseria, sino riqueza espiritual.
Hay gente pobre que vive con una dignidad ejemplar. ¡La pobreza material
no le ha perjudicado ni matado el espíritu! Es gente que esperando días
mejores salvó lo esencial en su vida, que es la gracia de Dios en sus
corazones."
Así, ocupado las
24 horas y siempre con actitud optimista, Opeka desdramatiza y
construye. "Soy feliz. Los días pasan diferentes o no tanto, siempre con
anécdotas y sorpresas. ¿Instantes inolvidables? Por ejemplo, la amistad
con los reyes de la tribu Antaisaka, cuando dijeron a su pueblo que yo
era un hijo, que ya pertenecía a la tribu. Pero también vivo momentos
desgarradores al ver morir a niños de malaria o de hambre. Esta última
Navidad fue inolvidable. Con los chicos de la calle armamos un pesebre
viviente que duró una hora y media frente a 4000 personas. Y bueno,
entonces se nos ilumina el alma."
Opeka exprés
Cocina: “La vida
cotidiana se mueve muchas veces alrededor de la cocina. En todo el mundo
es el lugar más frecuentado en una casa, y acá también es especial. A
mí me gusta mucho el arroz, los huevos fritos, el puré. Y, por supuesto,
darme el gusto cada tanto con una buena sopa eslovena, con fideos y
buen tuco”.
La Argentina:
“Tocamos piso en 2002 y estamos repuntando. Es un país con un gran
potencial y enorme riqueza humana. En este momento, la Argentina
comienza a inspirar confianza en el exterior, y eso me alegra mucho. No
hay que perder la oportunidad de mejorar la seguridad de bienes y de
personas en los grandes suburbios del Gran Buenos Aires. Es una
obligación invertir en más medios y recursos en los barrios más pobres y
excluidos del progreso. También abrir calles, alumbrar, crear redes de
agua potable, construir viviendas y espacios verdes”.
Libro: “Jesús María Silveyra, que escribió Un viaje a
la esperanza , libro que cuenta mi experiencia, es un hombre de fe,
alguien que se ha convertido y que con su corazón y su alma ha vuelto a
encontrarse con Dios. Tiene humildad, y eso le abre camino en el mundo;
por esa virtud acepté que viniera a escribir sobre nuestra obra”.
Sueño: “Sólo
quiero que el mundo sea más justo y que las riquezas estén mejor
repartidas. Que los pobres sean respetados y que los niños no pasen
hambre y tengan derecho a un porvenir digno”.
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