Cuando Jesús Silveyra
publicó, hace dos años, su primera novela, Pedro. La historia jamás
contada, celebramos el surgimiento de un escritor joven, brillante y
aguerrido. Se trataba de una biografía histórica apasionante, que
reconstruía la vida de Simón-Pedro, el pescador de Galilea que deja sus
redes y su barca para seguir a Jesucristo y convertirse en pescador de
hombres.
La novela
tenía una eficaz estructura que despegaba dos historias paralelas: por
un lado, la de Pedro, el apóstol; por el otro, la de Sensus, un hombre
de negocios del siglo XX. Hacia el final del libro, las dos historias se
encontraban y confluían en un cauce común. La fe religiosa era el
elemento superador que permitía unir dos conflictos humanos saltando un
abismo de dos mil años.
En Los
ojos de María, su nueva novela, Silveyra vuelve a exhibir los rasgos que
lo definen como un narrador visceral e imaginativo. También aquí
existen conflictos y personas separados por los siglos. En el presente,
Juan y Dolores, una pareja de nuestro tiempo, enfrentada a una dolorosa
situación límite. En el pasado, la estremecedora experiencia vital del
indio Juan Diego frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Silveyra
vuelve a ser el escritor creativo que supera las antinomias entre el
pasado y el presente por la fuerza transformadora y vinculadora de la
fe. Juan, el protagonista, es un argentino que viaja a México, el país
de los ancestros de Dolores, su mujer. Ella se queda en la Argentina,
esperando su regreso.
El viaje
de Juan por la tierra de los aztecas resulta una experiencia fecunda y
motivadora que le permite al autor explorar la espléndida fusión de
culturas que está en la base del México moderno. Las sombras míticas de
Hernán Cortés, Moctezuma, doña Marina y Pánfilo de Narváez -entre otros
personajes históricos- atraviesan el relato en distintos momentos,
mientras el destino teje las circunstancias que pondrán a Juan en el
camino del santuario de la Virgen de Guadalupe. Allí, ante los ojos del
Tepeyac, Juan revivirá el deslumbramiento del otro Juan, el remoto Juan
Diego, que aprendió a reconocer en los ojos de la Madre el reflejo de su
propio dolor.
La nueva
novela de Silveyra, como la anterior, es el fruto del intenso trabajo de
investigación etnográfica, antropológica y, arqueológica que el autor
realizó en los propios escenarios en los que transcurre la historia.
Pero si la
novela atrae y captura al lector no es sólo por su rigor ambiental e
histórico sino también, y fundamentalmente, por el conmovedor testimonio
que emana de las vivencias de los personajes y, sobretodo, de la huella
que va dejando en ellos la revelación de la fe. (297 páginas).