El pasado 11 de Octubre, ha
comenzado para la Iglesia Católica, el llamado “Año de la fe”, convocado por el
Papa Benedicto XVI, con el objeto de reflexionar sobre la misma. En el mundo de
hoy, pareciera que este llamado no tiene mucho sentido, porque el hombre está
perdiendo no sólo la fe, sino el propio “credo” en un Dios que está por encima
del hombre. Es así como el número de “creyentes” (sobre todo en Occidente) pareciera
en franco retroceso, al tiempo que la fe en un Dios Todopoderoso, creador de
todas las cosas, que envió a su Hijo para salvar y redimir a la humanidad del
pecado y de la muerte (visión cristiana), ha sido reemplazada por la fe en la
ciencia y la tecnología, en la razón o,
simplemente, en la propia existencia humana, matizada por la fe en un equipo
deportivo, un conjunto de rock, un producto de consumo masivo, una empresa o, en
el eterno “don dinero”. Pese a ello, la Iglesia continúa hablando de la
necesidad de esta “nueva evangelización” ya que la búsqueda y el deseo de Dios
están inscritos en la naturaleza del hombre y en algún momento se producirá el
encuentro, merced a la acción de la gracia divina y la apertura del corazón del
ser humano.
Hace unos días tuve la fortuna de
poder entrevistar para “Valores Religiosos” al padre Raniero Cantalamessa,
predicador de los Papas desde el año 1980, para quien, son tres los desafíos
que atraviesa la fe en este mundo post-moderno y, por ende, que debe enfrentar
la Iglesia en el proceso de renovación espiritual y re-evangelización: el
cientificismo, el secularismo y el racionalismo. Quisiera detenerme en un
aspecto del segundo, esto es, del secularismo. El padre Raniero señaló que una
de las características más importantes del secularismo (entendido como el
intento de separar a Dios y a la religión de la vida cotidiana o, si se quiere,
de eliminar el sentido trascendente de la existencia humana), se ve reflejada
en la pérdida de la fe en la vida eterna. Por ende, en una visión exacerbada de
la muerte que lleva al hombre a querer vivir eternamente en este mundo, a no
preguntarse sobre la escatología o al aferrarse a ideas que le permitan dilatar
o postergar las respuestas. En una palabra, al no plantearse el tema de la
muerte, no se plantea el de la vida después de la muerte.
Es interesante observar que tanto en
el llamado “Credo de Nicea” (“…espero la
resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”), como en el “Credo
de los Apóstoles” (“…creo en la
resurrección de la carne y la vida
eterna”), se termina de hacer la profesión de fe, con esta afirmación de
creencia en la resurrección y en la vida eterna. Por lo tanto, el hombre que no
cree en esto, tampoco puede hacer una profesión de fe en ello. A veces pienso
que esta falta de fe, también se deriva de una visión demasiado rigorista de la
Justicia Divina, que las viejas generaciones hemos adquirido en la infancia y
tal vez trasladamos inconscientemente a las generaciones más jóvenes. Es claro
que para heredar la vida eterna, hay que ser merecedor de la salvación y para
ello, sigue siendo absolutamente necesario plantearse el Juicio final, la
naturaleza de las acciones, el sentido del mérito y, en definitiva, la
existencia del mal y el pecado. Pero ello no debe apartarnos de la visión más
redentorista de la Justicia Divina, donde la Misericordia se convierte en el
atributo más grande de Dios.
Benedicto XVI, en la
Carta Apostólica “Porta Fidei” con la
que convocó a vivir este “Año de la fe” nos abre una puerta de luz para renovar
nuestra fe y la de todos nuestros hermanos. Fe que a mi modesto entender debe
iluminarse en la promesa de salvación y en la esperanza en un vida nueva y
eterna, confiados en llegar al abrazo definitivo con nuestro Padre celestial,
cuando podamos “verlo” cara a cara. Creo que sin esperanza, sin esa fe en lo
que está por venir, el hombre pierde la perspectiva de lo trascendente y,
consecuentemente, se “desliga” (lo contrario al “religarse”) de lo que proviene
de lo alto, se horizontaliza en su humanidad, en su humus, y cae preso en el
laberinto de ese cientificismo, racionalismo y secularismo, que no le aportan
respuestas trascendentales y lo alejan de la caridad.
“La puerta de la fe, que
introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia,
está siempre abierta para nosotros…”, señala
Benedicto XVI al comienzo de la mencionada Carta Apostólica. Quiera Dios que en
este “Año de la fe”, quienes han perdido la fe se dejen plasmar por la gracia
que transforma y que siempre está llamando a la puerta, partiendo de la
búsqueda que, como dice le Papa en la mencionada Carta: “es un auténtico preámbulo de la fe, porque lleva a las personas por el
camino que conduce al misterio de Dios”.