Como muchos,
estoy indignado con todo lo que está ocurriendo en nuestro país en los últimos
días. Máxime, teniendo en cuenta la reciente tragedia del tren en la estación
de Once que pareciera ser un reflejo de lo que nos pasa. Muertos, heridos,
afectados, desconcertados, asombrados... Gente que además de tener que viajar
todos los días como si fuera ganado, apretujados, con calor y en vagones en
pésimo estado, ponen en riesgo sus vidas. Porque fulano, sutano y mengano no
hacen las cosas bien. Ni los concesionarios privados que manejan los trenes con
grandes subsidios, ni los empleados ferroviarios, ni los funcionarios públicos
que deben controlar. Lo que falla es el sistema planteado por el Gobierno para
el transporte público. Sin embargo, lo único que se piensa es en los beneficios
políticos y electorales de una tarjeta plástica que dividirá más a nuestra
sociedad, entre los que todavía podemos decir lo que pensamos con libertad
condicional y los que no pueden, porque forman parte de la ciudadanía cautiva
de la dádiva, del electorado presionado para ir en tal o cual dirección. Y
encima el desvergonzado Secretario de Transportes, se anima a decir
públicamente: “si pasaba ayer, hubiera sido menos grave”. Claro, porque el
sistema de cautiverio había declarado dos días de feriado por el carnaval, cosa
de asegurar que “siga el baile al compás del tamboril”.
Por momentos,
el sistema pareciera querer copiar aquella droga llamada “soma”, que el genial
escritor Aldous Huxley imaginó en su novela “Un mundo feliz” y que le daban a
la gente para que no se deprimiera. En nuestro caso, el “soma” es la droga que
asegura el cautiverio popular con las “buenas ondas” de los discursos
presidenciales, los subsidios y planes sociales repartidos a dedo, el dibujo de
las estadísticas que siempre dan crecimiento, caída de la pobreza y el
desempleo, la permanente incorporación
de feriados para que se trabaje cada vez menos, el Futbol para Todos y
recientemente, para otro tipo de cautivos (los que manejan el poder), el
aumento sideral de las dietas de los legisladores. En este caso, tal fue el
efecto del “soma del cautiverio” que casi ninguno se opuso al aumento antiético
que se concedieron a sí mismos.
El asunto es
mantener al pueblo cautivado con la pildorita del consumo y del relato de que
“todo esta bien”, y que sólo Clarín o La Nación son los que mienten
permanentemente, inventando, por
ejemplo, el caso de corrupción que golpea al vicepresidente de la República, sin que éste
haya hecho ningún esfuerzo por aclarar los hechos. Pero claro, cuando suceden
cosas como las del tren en Once, pareciera que el efecto del “soma del
cautiverio” se termina y el pueblo despierta sin comprender cómo si “todo
estaba bien” es que ocurren estas cosas, mientras la señora Presidenta se aleja
cada día más de los acontecimientos, no se sabe si por indiferencia, impotencia
o vergüenza.
Sí, realmente
estoy indignado, aunque no creo que a ninguno de los que menciono se le mueva
un músculo de la cara por lo que yo escriba. Total, tienen a los jueces también
bajo los efectos del “soma jurídico” que es una mezcla de buenos sueldos,
ferias dos veces al año, privilegios impositivos y ese ninguneo a la Justicia
que los deja supuestamente bien parados en el recurrente somnífero de la espera
eterna o del simple cajoneo de las causas hasta que todo prescriba, como
prescribirá con el tiempo este nuevo accidente ferroviario sin que ninguno de
los grandes responsables tenga su merecido castigo, salvo aquellos “perejiles”
que les sirvan de chivos expiatorios.
Estoy
indignado pero quiero vivir en democracia, por lo tanto, debo tratar de evacuar
la indignación de una manera pacífica y civilizada, no como hacen los “cautivadores”
en el poder que están destruyendo lo poco de civilización democrática que nos
queda para sumergirnos en la mayor de las barbaries, consistente en la pérdida
de la dignidad humana. Porque no es digno, ni humano, que nos sigan diciendo
que “todo anda bien”, cuando a diario, la realidad nos demuestra que “casi todo
anda mal” y que Argentina se está cayendo poco a poco en el abismo de una
impunidad jamás vista, donde no hay premios ni castigos, donde el ejemplo de
los de arriba brilla por su ausencia. Pero como no basta con la denuncia ni la
queja, sino lo que se necesitan son propuestas: propongo que volvamos a leer la
verdadera historia argentina, cuando a principios del siglo XX éramos admirados
por la eficiente y extensa red de transporte que teníamos. ¿Cómo lo habían
logrado los auténticos progresistas de la generación del 80? Con la receta del
esfuerzo, la moral y la inteligencia. Esa es la esperanza que me queda, que
algún día nos despertemos en la lucha por recuperar lo que alguna vez fuimos,
pero adaptado a los tiempos modernos.