SOBRE LAS CIVILIZACIONES
El avance del pensamiento y la reflexión humana
parecen ofrecer distintas acepciones del concepto de civilización, sobre
todo en esta era de la post– modernidad, a la que me atrevo a denominar
de “confusión planetaria” acompañada por una tierra que “gime con
dolores de parto”, debido al comportamiento ecológico del hombre y el
consecuente cambio climático.
Si bien la tradición clásica asociaba el concepto de
civilización con el de “ciudad” y al hombre “civilizado” como el opuesto
al “bárbaro”, más tarde ha ido vinculando con mayor asiduidad la
civilización con la “cultura”, no ya entendida como “cultivo” sino como
el conjunto de usos, creencias, normas y costumbres de los pueblos.
Mientras algunos sostienen que en este momento de la
historia, vivimos inmersos en una sola civilización, a la que podría
llamarse de “consumismo globalizado”, bastante cercana a la idea que
desarrollara Francis Fukuyama en su libro “El Fin de la historia”, a
raíz del triunfo de la democracia liberal y de la economía de mercado
sobre el comunismo; otros piensan que debe mantenerse la tradicional
división geográfico-cultural y hablar de la civilización Occidental y
Oriental, como conjuntos imposibles de ser unificados; mientras que
muchos otros, dicen que es mejor dividirlas de acuerdo a las
cosmovisiones religiosas con las que se las suele vincular y hablar de
civilización judeo-cristiana, islámica, budista, sintoísta, hinduista,
etc... Civilizaciones que estarían chocando entre sí. En tal sentido,
debemos recordar el famoso libro de Samuel Huntington: “El choque de las
civilizaciones”, donde el autor supone que en estos momentos estamos
frente al choque entre la civilización cristiana y la islámica (del
Medio Oriente), y que luego vendrá el choque con la civilización sínica
(del Lejano Oriente).
Personalmente, aunque no descarto que luego del
período de la Guerra Fría se ha observado un creciente choque entre
culturas nacionales con distintas raíces étnicas y religiosas, creo más
bien percibir un paulatino proceso de diferenciación, que se inicia en
Occidente pero que sin duda repercutirá en el seno de la aldea global, y
es la que se está produciendo entre quienes creen en algo que
trasciende al ser humano y quienes no creen en ello.
Permítanme entonces, como hombre de las letras y
retomando aquella frase de André Malraux en su lecho de muerte (“el
siglo XXI será religioso o no será”), atreverme a decir que vislumbro
una creciente diferenciación entre una “civilización que busca lo
trascedente” y otra “que se auto complace con lo inmanente”, sin que
ello implique descartar que se pueda encontrar lo trascendente
descendiendo en la interioridad de la inmanencia.
En la primera civilización, el hombre que la compone y
se cultiva en ella, asume ciertos misterios de la creación; respeta los
límites positivos de la libertad; y cree en algo que lo trasciende,
ligado a lo Absoluto y el Misterio. En la segunda, el hombre sólo cree
en sí mismo o a lo sumo, en la humanidad; no acepta la existencia de
algo Absoluto que lo trascienda; pretende desbordar los límites
positivos de la libertad; y trata de dar respuestas científicas a todo,
sin aceptar el Misterio de lo creado.
Habría dos ejemplos para graficar esta diferencia. El
primero es el autobús que recorrió varias ciudades de Europa (Londres,
Madrid, Barcelona, Valencia, etc…) y luego vino a la Argentina (Mar del
Plata), con la leyenda. “Probablemente Dios no existe. Deja de
preocuparte y disfruta de la vida”. El segundo, es la creación de la
llamada “máquina de Dios” en Suiza, donde los científicos pretenden
reproducir el origen del Universo.
PRIMERAS CIVILIZACIONES
Como dijimos al comienzo, hace unas décadas el
concepto de civilización era explicado y comprendido con mayor
sencillez. Se había dividido el tiempo en Prehistoria e Historia. La
primera comprendía el período entre la aparición del hombre sobre la
tierra (según los científicos, hace dos millones de años) hasta la
formación de las primeras ciudades-estado en forma coincidente con el
descubrimiento de la escritura. La segunda abarcaba desde el momento en
que el relato del acontecer humano había quedado registrado por escrito
(3.000 A.C), hasta nuestros días.
Se afirmaba entonces que la primera “civilización”
(palabra proveniente de “civitas”, ciudad, o de “civis”, ciudadano)
había sido la Sumeria. Anteriormente el hombre había vivido errante
(nómade), en clanes o tribus, principalmente de la caza, la pesca y la
recolección de frutos. Fueron las ciudades que se establecieron en la
región de Sumer (Shumer), entre el Tigris y el Eúfrates, las que
conformaron esta primera civilización, aunque todavía no estuvieran
unificadas bajo un mismo reino. El hombre estableció su “sedens”
(asiento) y se hizo sedentario en estas ciudades, comenzando a cultivar
la tierra (haciendo “cultus”) y organizándose en pequeños estados. Así,
fue amalgamando una cosmovisión y se dieron los primeros pasos en el
relato de la Historia a través de los registros que permitió la
escritura cuneiforme.
En aquellas primeras ciudades- estado, como Lagash,
Nippur, Umma, Babilonia, Ur y muchas otras, los hombres se congregaron
en torno a un templo, un observatorio de los astros, un palacio y, por
lo general, se protegieron con murallas. Comenzaron a organizarse, a
darse normas de convivencia, a aceptar reyes y sacerdotes, a rendirle
culto a los dioses, no sólo a los principales del panteón común de
Sumer, sino también a los dioses protectores o patronos de cada ciudad.
La cosmovisión de los sumerios y sus dioses
antropomórficos (con comportamientos humanos), que incluía un Génesis de
la creación del mundo con separación de las aguas, el cielo y la
tierra; la existencia de un Paraíso; la creación de diosas extraídas
de las costillas de los dioses; la expulsión del Paraíso por el mal
comportamiento y el castigo perpetrado a través de un diluvio universal,
seguramente influyeron posteriormente en la cosmovisión de las
religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo e islam), dado que
Abraham partió desde la ciudad de Ur en su marcha hacia las tierras de
Canaán.
LIBERTAD
Ama-gi, fue la primera forma escrita conocida de la
palabra “libertad”. Data de aproximadamente 2.300 años antes de Cristo y
se descubrió sobre una tabla de arcilla, proveniente de la
ciudad-estado sumeria de Lagash, en escritura cuneiforme compuesta por
dos pictogramas (ama y gi) que significan: “volver a la madre”.
Lugalanda, sucesor de Enetarzi, fue un “ensi”
(rey-sacerdote) de Lagash que vivió hacia el siglo XXIV A.C. Tanto él
como su antecesor impusieron excesivas cargas impositivas al pueblo,
abusaron del poder a través de sus funcionarios y utilizaron tierras que
correspondían al templo en beneficio de la casa real. Situación que se
vio agravada por el encarcelamiento de todos aquellos deudores que no
podían devolver los empréstitos otorgados para el arrendamiento de
tierras, uso del riego y explotación agrícola.
Lugalanda, fue sucedido por Urukagina en el 2.350
A.C, quien llegó al trono mediante un golpe de Estado. Se dice que
Urukagina, liberó al pueblo de los abusos a los que estaba sometido. Y
lo hizo mediante una reforma de las leyes o códigos que permitió reducir
los impuestos, eliminar los abusos de los funcionarios públicos,
devolver los beneficios de las tierras al templo, liberar a los deudores
de las cárceles y proteger a los huérfanos y las viudas. En una
palabra, trajo la libertad a su pueblo, siendo el “primer reformador” de
las leyes conocido.Su reinado duró ocho años y terminó cuando el rey de
Umma (con la que Lagash estuvo siempre en conflicto), tomó la ciudad y
unificó las ciudades de Sumer por primera vez, bajo un mismo gobierno.
Esta liberación de la cargas y de las deudas fue
entendida por los sumerios como un regreso a la casa, a la madre. Podría
decirse, un regreso a los orígenes, una ligadura conceptual entre el
ser y su procedencia. De allí este concepto de “ama-gi” para expresar la
libertad.
EL CONCEPTO DE LIBERTAD
Ese primitivo “ama-gi”, “volver a la madre” o la
fuente de la vida, para simbolizar a la libertad, tuvo luego su propia
evolución (debe destacarse que hasta hoy en día, los bereberes llaman
Amazigh, al “hombre libre”).
Si rastreamos en la etimología de la palabra
“libertad” nos vamos a encontrar con abundantes y diversas acepciones,
en función de la perspectiva con que se la analice (filosófica,
antropológica, teológica, sociológica, psicológica o política). Quisiera
detenerme aquí, en señalar algunos conceptos que los hebreos, griegos,
romanos y sajones utilizaron al hablar de la libertad, para luego
adentrarme en algo de la visión cristiana.
En hebreo se utilizan dos palabras distintas para
hablar de libertad: Jerut y Jofesh. Jerut está más ligada al cuerpo, a
la libertad física y Jofesh a la libertad emocional y espiritual. En
este sentido alguien puede ser esclavo o estar preso, es decir privado
de su libertad física, pero ser libre en su pensamiento y espíritu. Así,
el pueblo hebrero que vivió sus procesos de cautiverio tanto en Egipto
como en Babilonia, y, mucho más tarde, en los campos de concentración
del nazismo, pudo vivir su Jofesh a pesar de la esclavitud. Víctor
Frankl, en el libro “El hombre en busca de sentido”, lo explica desde un
punto de vista psicológico al hablar de la logoterapia y la vida en los
campos de exterminio.
Por su parte, los griegos, diferenciaron el concepto
de Eleutheria del de Parhesia o Isegoria. En el primer caso se trataba
de la capacidad de decisión del ciudadano libre, en tanto ciudadano de
una polis. Es decir, de una libertad política. Era una “libertad para”
hacer tal o cual cosa. En el segundo caso, estaba referido a la
“libertad de expresión” durante las asambleas, o sea, el derecho a
hablar y emitir opinión. Era una “libertad de” hacer tal o cual cosa. Es
interesante notar que Eleutheria encierra en su raíz una expresión
indoeuropea, “Leudh”, que significa: desarrollo, crecimiento.
Para los romanos, “libertas” (libertad) tenía también
un sentido político, ya que era la que gozaba todo ciudadano romano,
esto es, excluía al extranjero y al esclavo, aunque estos podían obtener
la libertad total o parcial a pedido de su amo (a través de lo que se
llamó: manumisión). Los romanos rendían culto a la diosa “Libertas”,
cuya estatua, según algunos, ha servido de inspiración para la
construcción de la “Estatua de la Libertad” que hay en la bahía de New
York y que viste una túnica romana. La libertad era vista como el
derecho de hacer lo que uno quisiera a menos que se lo impidiese la
fuerza o el derecho romano (la Ley). En tal sentido, podríamos destacar
que los cristianos alcanzaron la posibilidad de practicar libremente su
culto, recién a partir del llamado “Edicto de Milán” del emperador
Constantino (313 D.C). Antes, un ciudadano romano, si bien gozaba de su
“libertas” no podía practicar el cristianismo. Las lenguas latinas toman
de libertas la raíz de su expresión de libertad (liberté, libertad,
libertá, liberdade).
Por último, me gustaría señalar el significado de la
palabra inglesa, “freedom”. La misma significa básicamente el estado de
libertad de una persona, contrario a la esclavitud o la prisión. La
palabra tiene una raíz indoeuropea y, curiosamente, quiere decir
“amar”. La expresión en alemán “Freiheit” o en sueco “Friehet”, parecen
tener la misma raíz indoeuropea. Distinto es el significado y el uso de
“Liberty”, más asociado a la libertad del individuo en cuanto al hacer o
decidir o, si se quiere, al “libre albedrío”.
Desde el concepto sumerio de “volver a la madre” o a los orígenes,
pasando por el Jofesh emocional de los hebreos, y el asociar la libertad
con el “crecimiento y el desarrollo” de los griegos, hasta la raíz
indoeuropea que la vincula con “amar”; la libertad adquiere un sentido
positivo que el cristianismo siempre ha asociado con la justicia y la
verdad. Jesucristo, no sólo dijo que Él era el “camino, la verdad y la
vida”, sino que quien fuera su discípulo conocería la verdad y “la
verdad los hará libres”.
Una libertad, sustentada en el “libre albedrío”
concedido por Dios al hombre desde el Génesis y que es aceptado por las
grandes religiones del tronco abrahámico. Una libertad para elegir entre
el bien y el mal, que más allá de los condicionamientos mundanos y del
saber divino, se opone a toda predestinación o determinismo que
supondría la esclavitud del ser humano.
Ese “sentido positivo” de la libertad es el que
alimenta la “civilización que busca lo trascendente”. La idea de la
libertad, asociada a la verdad y la justicia, se acerca más al respeto
de los límites morales y éticos que deben tener los deseos insatisfechos
del hombre, que al querer desbordarlos para satisfacer a toda costa el
“yo” sin tener en cuenta el “tú” o, si se quiere, la “otredad” de
nuestros próximos y prójimos. Así, el respeto a la vida humana, mirado
desde el prisma del “amar” como raíz indoeuropea de la libertad, o del
“ama-gi” o el “volver a la madre” y a los orígenes de los sumerios, nos
llevará indefectiblemente a rechazar, por ejemplo, el aborto, la
eutanasia, la manipulación de embriones humanos o el matrimonio entre
personas del mismo sexo.
Por el contrario, en la “civilización que se auto
complace con lo inmanente”, donde el relativismo ha terminado con el
concepto de “verdad” y, más aún, con el de “verdad revelada”, todo
consiste en buscar desbordar los límites de la libertad a través de la
modificación de las leyes que rigen el accionar del liberto, olvidando
el concepto griego de Eleutheria en referencia al desarrollo y
crecimiento, para sólo concentrarse en la “libertad negativa” de hacer
todo aquello que permita la Ley.
En este sentido, pareciera que esta civilización se
propusiera, en forma casi sistemática, destruir los argumentos y valores
que constituyen la base ética y moral de la civilización que busca lo
trascendente. Es un ataque de la barbarie cuya luz emana únicamente de
la razón humana, contra la civilización iluminada por el misterioso
resplandor de la semejanza con lo Divino.
LA LIBERTAD RELIGIOSA
El artículo 18 de la “Declaración Universal de los
Derechos Humanos” aprobada por la Asamblea General de las Naciones
Unidas (1948) dice textualmente: “Toda persona tiene derecho a la
libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho
incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la
libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y
colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la
práctica, el culto y la observancia”.
Sin embargo, ¿cuántas veces se ha violado y se
seguirá violando este derecho inalienable del hombre? Muchas. Tomemos
como referencia lo que nos dice el último informe del “Pew Forum on
Religion & Public Life” elaborado en Washington en diciembre de
2009. Quizá el más grande y completo estudio realizado sobre el tema.
Demuestra que más de 5.000 millones de personas, carecen total o
parcialmente de libertad religiosa en el mundo, ya sea por las
“restricciones que establecen los gobiernos” o por las “hostilidades
sociales existentes” entre distintas religiones.
La investigación se refiere a 198 países y cubre dos
años que van desde mediados de 2006 a mediados de 2008. El país con más
alta calificación negativa por la falta de libertad religiosa es Arabia
Saudita; mientras que los países con mayor grado de libertad son los de
América, como pueden ser Chile o la Argentina.
Entre los países con más restricciones a la libertad
religiosa, la India y China tienen un peso aplastante, debido a la
cantidad de población, la que supera en ambos casos los mil millones de
habitantes.
En China, por ejemplo, la población no muestra “hostilidades sociales”
hacia una u otra religión, sino que es el gobierno el que impone fuertes
límites a las expresiones religiosas, que afectan principalmente a los
budistas del Tibet, a los musulmanes del Uighur y a los cristianos de
todo tipo, en especial a los católicos, a quienes el gobierno ni
siquiera les autoriza nombrar sus obispos, sino que existe una “Iglesia
Oficial China” dirigida por el Gobierno y que no responde al Vaticano.
En la India, en cambio, las hostilidades provienen de la sociedad, donde
las mayorías hinduistas entran en conflicto contra musulmanes y
cristianos, dependiendo de la región geográfica que se trate.
La mitad de los países del mundo prohíben o limitan
fuertemente la actividad misionera religiosa, tildándola muchas veces de
“proselitismo”. En algunos países la hostilidad se da entre facciones
del mismo mundo religioso.
Pese a todo lo dicho, pienso que estos conflictos
religiosos irán menguando a medida que se vaya marcando globalmente la
diferenciación entre las dos civilizaciones mencionadas al comienzo: la
que busca lo trascendente y la que se auto complace con lo inmanente.
Sólo es cuestión de tiempo para que se acepte la
necesidad de trabajar en conjunto entre las religiones más importantes
del planeta, sobre todo entre aquéllas monoteístas. En pocos años, como
fruto del diálogo interreligioso la “civilización que busca lo
trascedente” procurará en forma mancomunada ponerle límites positivos al
desborde de la libertad de quienes “se auto complacen con lo
inmanente”. Y lo hará en base a la aceptación de valores comunes que
busquen decididamente poner por encima de todo, la verdad y la justicia,
iluminadas por las distintas revelaciones.
Será tarea de quienes creemos en el diálogo
interreligioso contribuir desde hoy a construir los puentes necesarios
para dejar atrás aquellos conflictos étnico-religiosos todavía
existentes y concentrarnos en la doble tarea de trabajar por el diálogo
con la “civilización que se auto complace con lo inmanente” al mismo
tiempo que se defiendan los derechos de la “civilización que busca lo
trascendente”.
CONCLUSIÓN
Por todo lo dicho, hablar hoy de LIBERTAD RELIGIOSA,
sobre todo en el mundo Occidental, no consiste únicamente en la defensa
de los derechos más elementales como los de practicar el culto, dar
educación religiosa a los hijos o transmitir las creencias sin censura
previa, sino en algo mucho más profundo aún, como es el DERECHO A CREER
en algo trascendente.
En Occidente vivimos inmersos en una cultura que se
ha ido vaciando del sentido trascendente que le daba la creencia en Dios
y, por ende, la práctica religiosa para llegar a Él. Dominada primero
por la razón y más tarde por el existencialismo, el relativismo y el
escepticismo, buena parte de su población se ha secularizado,
desligándose del Absoluto y su Misterio, pasando a negar toda
posibilidad de trascendencia sobrenatural.
Esta negación del sentido trascendente de la vida le
ha hecho perder la perspectiva vertical: el hombre ya no se siente
creatura sino Creador y artífice de su propia naturaleza; y ha
disminuido su campo de acción horizontal: ya no se siente responsable
del bien del “otro”, sino únicamente de sí mismo. Como consecuencia, no
es capaz de captar la dimensión sobrenatural y la combate a toda costa,
encerrándose en las limitadas respuestas que le da la ciencia o la
vacuidad del consumismo.
Ese ataque a la posibilidad de creer en algo que lo
supere y trascienda, se disfraza bajo el concepto de la LIBERTAD para
poder satisfacer sus deseos insatisfechos, pero excluyendo el “deseo de
Dios”. La libertad, pasa entonces a ser estrictamente limitada por el
cumplimiento de la Leyes dictadas por los hombres, leyes que se van
acomodando para la satisfacción de sus deseos, muchas veces desordenados
y contrarios a la propia naturaleza humana.
La defensa de la LIBERTAD RELIGIOSA consiste hoy en
la defensa del DERECHO A CREER en algo trascendente y en asociar la
LIBERTAD con la verdad y la justicia, iluminadas por las revelaciones de
Dios al hombre.
Es mucho más lo que nos une a los creyentes de las
grandes religiones, que lo que nos separa de los no creyentes. Por lo
tanto, debemos encontrar los puntos comunes en nuestras creencias que
nos permitan, por un lado, dialogar con la “civilización que se auto
complace con lo inmanente” y, por el otro, ponerle límites positivos al
desborde del liberalismo, a través del anuncio y la defensa de la
práctica religiosa, pero principalmente del DERECHO A CREER que por el
camino del encuentro trascendente con Dios, encontraremos la liberación.
La verdadera liberación, no pasa por cambiar las
estructuras políticas o económicas, eso es sólo un instrumento para
asegurar la libertad civil, la verdadera liberación pasa por el corazón
del ser humano, cuando además de sentirse ciudadano, se siente persona,
ser creado a imagen y semejanza de un Ser que lo trasciende y lo supera.
Así, sintiendo el deseo de lo trascedente, del Absoluto y su Misterio,
comienza la búsqueda y se produce el encuentro. Un encuentro que lo
libera de sus ataduras materiales y le permite trascenderse a sí mismo y
volverse también un ser espiritual.
(*) Exposición realizada por el autor en el III
Encuentro Internacional de Diálogo de Civilizaciones realizado en
Coquimbo y Santiago de Chile, en abril de 2010.