Mientras algunos sostienen que en este momento de la
historia, vivimos inmersos en una sola civilización, a la que podría
llamarse de “consumismo globalizado”, bastante cercana a la idea que
desarrollara Francis Fukuyama en su libro “El Fin de la historia”, a
raíz del triunfo de la democracia y la economía de mercado sobre el
comunismo; muchos piensan que debe mantenerse la tradicional división
geográfico-cultural y hablar de la civilización Occidental y Oriental,
como conjuntos imposibles de ser unificados; y, otros, dicen que es
mejor dividirlas de acuerdo a las cosmovisiones religiosas con las que
se las suele vincular y hablar de civilización judeo-cristiana,
islámica, budista, sintoísta, hinduista, etc... Civilizaciones que
estarían chocando entre sí, como señaló Samuel Huntington en su libro:
“El choque de las civilizaciones”, suponiendo que en estos momentos
estamos frente al choque entre la civilización judeo-cristiana y la
islámica.
Personalmente, aunque no descarto que luego del
período de la Guerra Fría se han producido choques por motivos étnicos y
religiosos, creo más bien percibir un paulatino proceso de
diferenciación, que se inicia en Occidente pero que sin duda repercutirá
en el seno de la aldea global, entre una “civilización que busca lo
trascedente” y otra “que se auto complace con lo inmanente”, sin que
ello implique descartar que se pueda encontrar lo trascendente
descendiendo en la interioridad de la inmanencia. En la primera
civilización, el hombre que la compone y se cultiva en ella, asume
ciertos misterios de la creación; respeta los límites positivos de la
libertad; y cree en algo que lo trasciende, ligado al Absoluto y el
Misterio. En la segunda, el hombre sólo cree en sí mismo o a lo sumo, en
la humanidad; no acepta la existencia de algo Absoluto que lo
trascienda; pretende desbordar los límites positivos de la libertad; y
trata de dar respuestas científicas a todo, sin aceptar el Misterio de
lo creado.
Hasta hace unas décadas el concepto de civilización
era explicado y comprendido con mayor sencillez. Se había dividido el
tiempo en Prehistoria e Historia. La primera comprendía el período entre
la aparición del hombre sobre la tierra hasta la formación de las
primeras ciudades-estado, en forma coincidente con el descubrimiento de
la escritura. La segunda abarcaba desde ese momento, hasta nuestros
días. Se afirmaba entonces que la primera “civilización” (palabra
proveniente de “civitas”, ciudad) había sido la Sumeria. Anteriormente
el hombre se había desplazado de un lugar a otro (nómada), en clanes o
tribus, viviendo de la caza, la pesca y la recolección de frutos. Fueron
las ciudades que se establecieron en la región de Sumer, entre el
Tigris y el Eúfrates, las que conformaron esta primera civilización,
aunque todavía no estuvieran unificadas bajo un mismo reino. El hombre
estableció su “sedens” (asiento) y se hizo sedentario en estas ciudades,
comenzando a cultivar la tierra (haciendo “cultus” o cultura en ellas) y
organizándose en pequeños estados. Así, fue amalgamando una cosmovisión
y se dieron los primeros pasos en el relato de la Historia a través de
los registros que permitió la escritura cuneiforme.
Ama-gi, fue la primera forma escrita
conocida de la palabra “libertad”. Data de aproximadamente 2.300 años
antes de Cristo y se descubrió en la ciudad-estado sumeria de Lagash,
sobre una tabla de arcilla, en escritura cuneiforme compuesta por dos
pictogramas (ama y gi), que significaban: “volver a la madre”. Se dice
que un tal Urukagina liberó al pueblo sumerio de los abusos a los que
estaba sometido por sus antecesores en el gobierno. Esta liberación de
la cargas y de las deudas fue entendida por los sumerios como un regreso
a la casa, a la madre, a la fuente de la vida. Podría decirse, un
regreso a los orígenes, una ligadura conceptual entre el ser y su
procedencia. De allí este concepto de “ama-gi” para expresar la
libertad, que tuvo luego su propia evolución (debe destacarse que hasta
hoy en día, los bereberes, en Marruecos, llaman Amazigh al “hombre libre”).
Si rastreamos en la etimología de la palabra
“libertad” nos vamos a encontrar con abundantes y diversas acepciones,
en función de la perspectiva con que se la analice. En hebreo se
utilizaban dos palabras distintas para hablar de libertad: Jerut y Jofesh. Jerut estaba más ligada al cuerpo, a la libertad física y Jofesh
a la libertad emocional y espiritual. En este sentido alguien podía ser
esclavo o estar preso, es decir privado de su libertad física, pero ser
libre en su pensamiento y espíritu. Por su parte, los griegos,
diferenciaron el concepto de Eleutheria del de Parhesia.
En el primer caso se trataba de la capacidad de decisión del ciudadano
libre, en tanto ciudadano de una polis. Es decir, de una libertad
política. Era una “libertad para” hacer tal o cual cosa. En el segundo
caso, estaba referido a la “libertad de expresión” durante las
asambleas, o sea, el derecho a hablar y emitir opinión. Era una
“libertad de” hacer tal o cual cosa. Es interesante notar que Eleutheria
encierra en su raíz una expresión indoeuropea, “Leudh”, que
significa: desarrollo, crecimiento. Para los romanos, “libertas”
(libertad) tenía también un sentido político, ya que era la que gozaba
todo ciudadano romano, excluyendo al extranjero y al esclavo. A su vez, “freedom”,
en lengua inglesa, significa básicamente el estado contrario a la
esclavitud o la prisión. La palabra tiene también una raíz indoeuropea
y, curiosamente, quiere decir: “amar”.
Podría decirse entonces que desde el concepto
sumerio de “volver a la madre” o a los orígenes, pasando por el Jofesh
emocional de los hebreos, y el asociar la libertad con el “crecimiento y
el desarrollo” de los griegos, hasta la raíz indoeuropea que la vincula
con “amar”; la libertad adquiere un sentido positivo que el
cristianismo siempre ha asociado con la justicia y la verdad.
Jesucristo, no sólo dijo que Él era el “camino, la verdad y la vida”,
sino que quien fuera su discípulo conocería la verdad y “la verdad los
hará libres”. Una libertad, sustentada en el “libre albedrío” concedido
por Dios al hombre desde el Génesis y que es aceptado por las tres
grandes religiones monoteístas del tronco abrahámico. Una libertad para
elegir entre el bien y el mal, que más allá de los condicionamientos
mundanos y del saber divino, se opone a toda predestinación o
determinismo que supondría la esclavitud del ser humano.
Ese “sentido positivo” de la libertad es el que
alimenta la “civilización que busca lo trascendente”. Una idea de la
libertad, asociada a la verdad y la justicia, que respeta los límites
morales y éticos que deben ponerse a los deseos insatisfechos del
hombre. Así, el respeto a la vida humana, mirado desde el prisma del
“amar” como raíz indoeuropea de la libertad, o del “ama-gi” o
el “volver a la madre” de los sumerios, la lleva, indefectiblemente, a
rechazar, por ejemplo, el aborto, la eutanasia, la manipulación de
embriones humanos o el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Por el contrario, en la “civilización que se auto
complace con lo inmanente”, donde el relativismo ha terminado con el
concepto de “verdad” y, más aún, con el de “verdad revelada”, todo
consiste en buscar desbordar los límites de la libertad a través de la
modificación de las leyes que rigen el accionar del liberto, olvidando
el concepto griego de Eleutheria en referencia al desarrollo y
crecimiento, para sólo concentrarse en la “libertad negativa” de hacer
todo aquello que permita la Ley. En una palabra, la negación del sentido
trascendente de la vida le ha hecho perder la perspectiva vertical: el
hombre ya no se siente creatura sino Creador y artífice de su propia
naturaleza; y ha disminuido su campo de acción horizontal: ya no se
siente responsable del bien del “otro”, sino únicamente de sí mismo.
Como consecuencia, no es capaz de captar la dimensión sobrenatural y la
combate a toda costa, encerrándose en las limitadas respuestas que le da
la ciencia o la vacuidad del consumismo.
Ese ataque a la posibilidad de creer en algo que lo
supere y trascienda, se disfraza bajo el concepto de la “Libertad” para
poder satisfacer sus deseos insatisfechos, pero excluyendo el “deseo de
Dios”. La libertad, pasa entonces a ser estrictamente limitada por el
cumplimiento de la Leyes dictadas por los hombres, leyes que se van
acomodando para la satisfacción de sus deseos, muchas veces desordenados
y contrarios a la propia naturaleza humana.
Si bien el último informe del “Pew Forum on Religion & Public Life”
elaborado en Washington en diciembre de 2009 (quizá el más grande y
completo estudio realizado sobre el tema), revela que más de 5.000
millones de personas, carecen total o parcialmente de libertad religiosa
en el mundo, ya sea por las “restricciones que establecen los
gobiernos” o por las “hostilidades sociales existentes” entre distintas
religiones; pienso que los conflictos por motivos religiosos irán
menguando a medida que se vaya marcando globalmente la diferenciación
entre las dos civilizaciones mencionadas al comienzo: la que busca lo
trascendente y la que se auto complace con lo inmanente.
Sólo es cuestión de tiempo para que se acepte la
necesidad de trabajar en conjunto entre las religiones más importantes
del planeta, sobre todo entre aquéllas monoteístas. En pocos años, como
fruto del diálogo interreligioso la “civilización que busca lo
trascedente” procurará en forma mancomunada ponerle límites positivos al
desborde de la libertad de quienes “se auto complacen con lo
inmanente”. Y lo hará en base a la aceptación de valores comunes que
busquen decididamente poner por encima de todo, la verdad y la justicia,
iluminadas por las distintas revelaciones.
Por consiguiente, hablar hoy de “libertad
religiosa”, sobre todo en el mundo Occidental, no consiste únicamente en
la defensa de los derechos más elementales como los de practicar el
culto, dar educación religiosa a los hijos o transmitir las creencias
sin censura previa, sino en algo mucho más profundo aún, como es el
“derecho a creer” que por el camino del encuentro trascendente con Dios,
el hombre encuentra la felicidad y se hace libre de verdad.
(*) Este artículo es parte de la exposición
realizada por el autor en el III Encuentro Internacional de Diálogo de
Civilizaciones realizado en Coquimbo y Santiago de Chile, en abril de
2010.