Mucho se
habla en este último tiempo de la necesidad de instrumentar una política agroindustrial
y agroexportadora, lo cual es lógico porque las exportaciones agroindustriales representan
más del 62% del total. Creo que todos los que tenemos experiencia en el
comercio internacional debemos contribuir a su logro, ya que esta debe ser una
Política de Estado, más allá de los cambios políticos: exportar más y generar
más divisas para contribuir con el bien común. Lamentablemente, la caída de
la participación argentina en el comercio mundial es más que significativa, pasando
de un 3% en la década de 1930 a cerca del 0,35% en la actualidad. Argentina
es el país del mundo con mayor caída desde entonces en participación en el
comercio internacional.
Los motivos
son múltiples, pero además de que carecemos de una política estable para el
sector, el cambio continuo de las variables macroeconómicas hace muy
difícil el planeamiento estratégico, sumado a la falta de una mentalidad
exportadora por parte de las empresas nacionales, salvo honrosas
excepciones. Tal es así que, por lo general, se habla de los “saldos
exportables” que genera el país, como si sólo nos interesase exportar
aquello que nos sobra. Esta realidad se refleja en la caída tanto en el
número de empresas multinacionales argentinas (con activos en el exterior),
como de Pymes exportadoras.
Yendo al
terreno de las variables macroeconómicas, es evidente que aquellas que más
afectan la actividad exportadora son: el tipo de cambio, la carga
impositiva, y los costos financieros, logísticos y laborales. Remitiéndonos
a un ejemplo de reciente data, cuando se eliminaron o bajaron los derechos de
exportación, se quitaron el cepo cambiario y los cupos de exportación, entre
otros efectos, la producción de granos creció hasta un récord de 147 millones
de toneladas, aumentó un 40% el volumen de las exportaciones de granos y
subproductos y en más del doble el de las carnes.
Por supuesto,
no basta con que las variables económicas jueguen a favor de las exportaciones,
sino que hace falta complementarlas con otra serie de medidas y políticas. En
lo que se refiere al ámbito externo, hay que tener más tratados de libre comercio
que favorezcan la importación de productos argentinos con bajos aranceles.
La Argentina, hoy por hoy, es socia del Mercosur y no puede firmar tratados de
este tipo por su cuenta, por lo tanto:
hay que ratificar los acuerdos con el EFTA y la Unión Europea; finalizar las
tratativas con Canadá, Corea del Sur y Singapur; y avanzar en las negociaciones
iniciadas con el Líbano, Indonesia, Vietnam, Japón y algunos países de
Centroamérica. Asimismo, debemos solucionar los problemas existentes en el
tratado con Israel y ampliar la lista de productos de preferencia con la India,
así como mejorar los Acuerdos de Complementación Económica (ACE) con México,
Colombia, Ecuador y Perú. Lo que no podemos es quedarnos a medio camino.
Pero la
apertura de mercados no se logra únicamente con tratados de libre comercio, la
obtención de cuotas o preferencias arancelarias, sino que la experiencia indica
que debe ir acompañada de la firma de protocolos fitosanitarios y sanitarios
por parte del SENASA, que incluyan acuerdos de certificación e intercambio
de documentación electrónica, con selección de productos y mercados en los que
volcar el esfuerzo con el sector privado; continuar estableciendo agregadurías
agrícolas, como las que se abrieron en los últimos años en Rusia e India (hoy
tenemos sólo 6 agregados agrícolas, Chile tiene 11 y Brasil 22); y
potenciar la promoción comercial que no se debe agotar en la participación en
ferias y misiones, sino que debe ir acompañada por el accionar conjunto de
la Cancillería, la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional y
la Subsecretaría de Comercio Exterior, así como la promoción de la “marca
Argentina”.
En materia de
financiación de exportaciones y seguros de crédito, instrumentos vitales
para impulsar la exportación de la Pymes, el Banco de Inversión y Comercio
Exterior (BICE) debe volcar sus fondos y concentrar su estrategia principalmente
en el sector externo, realizando convenios con aseguradores locales y del
exterior para permitir el descuento de documentos de embarque a tasas de
interés internacionales, así como el acceso a un Fondo de Garantías de
cobranzas. Asimismo, hay que facilitar las pre y post financiación de exportaciones
mediante la flexibilización de regulaciones por parte del Banco Central.
En materia de
costos logísticos, siempre se dice que es más caro un flete desde el NOA a
los puertos de Rosario, que desde un puerto argentino hasta China. Y es lo que
sucede. Los fletes están fuertemente ligados a los aumentos de combustibles y
por ende de los impuestos, además del costo de los seguros y neumáticos, la reposición
de unidades y los salarios. El ferrocarril, si bien ha aumentado
considerablemente su participación en las cargas en los últimos años todavía
tiene que recuperar ramales y deben emplazarse centros logísticos de empalme
multimodal. En cuanto a la utilización del transporte fluvial y la
hidrovía, lamentablemente, las diferencias de impuestos respecto a otras
banderas y los convenios laborales hacen muy difícil el crecimiento. Y en
materia de exportaciones en contenedores, si bien en los últimos años se
eliminaron algunas tasas portuarias distorsivas, los costos de las terminales
siguen siendo muy altos debido, entre otras causas, a los convenios laborales que
no están ligados a la productividad y a que necesitamos de una estrategia con
armadores y líneas marítimas para el abastecimiento de contenedores vacíos.
Claro que la disponibilidad también depende del flujo de importaciones. Es
de notar que los 10 principales países exportadores del mundo son, a su vez,
los diez principales importadores.
Para
finalizar, quisiera dar un ejemplo sencillo de cómo los impuestos afectan las exportaciones.
Vayamos al caso del recupero del Impuesto al Valor Agregado (IVA). Sabemos
que las exportaciones están exentas porque no se puede cobrar el IVA a un
importador, no obstante, el exportador al comprar los insumos o la mercadería
que luego exporta paga el IVA en el mercado interno que luego debe recuperar del
Estado. Dicho recupero, tanto en tiempo como en forma, es uno de los grandes
problemas de nuestras exportaciones, ya que en un país con alta inflación las
pérdidas a medida que pasa el tiempo sin devolución son muy grandes y, además,
el sistema de compensaciones contra ese u otros impuestos es ineficaz. Esto
hace que, muchas veces, el margen del negocio esté afectado por demoras y
dificultades compensatorias del IVA, que hace conveniente no exportar.