El recuerdo de Belén |
24/12/2011 - diario La Nación |
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Jesucristo nace en un lugar concreto y real que
todavía se puede visitar. Es una pequeña gruta enclavada en las colinas
de Judea, hoy dentro de la ciudad de Belén, en Cisjordania, pero hace
más de 2.000 años estaba fuera de Bet léhem Efrata ("la casa del pan
fecundo"). Así se cumplía la profecía de Miqueas que anticipaba que de
este pequeño poblado de Judá, saldría el rey de Israel cuyo prestigio se
extendería por todos los confines de la tierra. Jesús nació fuera de la
ciudad de David, porque según el relato bíblico de Lucas, "no había
lugar para ellos en el albergue". Entonces, José no tuvo más remedio que
llevar a María a una gruta donde los pastores solían guarecerse de la
noche y del frío, porque "le llegó el tiempo de ser madre". Era
invierno y en las colinas cercanas a Belén, las temperaturas pueden
bajar de cero para esta época del año en la que se celebraba la antigua
fiesta de la "Consagración del Templo", establecida por Judas Macabeo.
San Justino, uno de los llamados Padres de la Iglesia, ya en el siglo II
afirmaba con certeza que según la tradición ese era el lugar del
nacimiento de Cristo.
"María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en
pañales y lo acostó en un pesebre", sigue relatando Lucas. Un pesebre,
no es otra cosa que un cajón de madera donde se coloca el heno para dar
de comer a los animales. Puede decirse entonces que Jesús nació en la
"la casa del pan fecundo" y fue colocado como alimento en un pesebre.
Justamente por eso, según la tradición cristiana que llevó a Italia
(desde Tierra Santa), san Francisco de Asís, se representa el
"nacimiento de Cristo", colocando al niño junto a un buey y un asno,
animales que estarían también allí, en la gruta, protegiéndose del frío y
comiendo del heno. Según muchos exégetas (entre ellos el actual Papa,
Benedicto XVI), la presencia de ambos animales estaría cumpliendo con
una profecía de Isaías: "Conoce al buey su dueño y el asno el pesebre de
su amo. Israel no conoce, mi pueblo no discierne"; ya que el hecho de
no hubiera lugar para que el hijo de Dios naciera en un albergue de
Belén, podía traducirse en una falta de discernimiento sobre la llegada
del Mesías y su posterior reconocimiento.
Los pastores fueron los primeros testigos de aquel
nacimiento. Un ángel se les apareció en esas mismas colinas donde
acampaban y "vigilaban por turno su rebaño durante la noche". Ellos se
llenaron de temor al ver una luz que los envolvió, rompiendo con la
oscuridad. Pero el Ángel les dijo: "No teman, porque les traigo una
buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad
de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto
les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido, envuelto en
pañales y acostado en un pesebre". Los pastores fueron y vieron,
llenándose de gozo. En ellos, parecía cumplirse anticipadamente aquellas
palabras que treinta años después Jesús diría en oración a su Padre:
"porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has
dado a conocer a los humildes". Los pastores, se me ocurre, eran
humildes en al menos dos sentidos: en su condición de pastores y en su
apertura de corazón al misterio que viene de lo Alto (representado por
el mensaje que les traía el Ángel).
Hasta aquí, lo que para muchos puede parecer un cuento
salido de la ficción literaria, pero que el sistema consumista en el que
vivimos se ha encargado de explotar no sólo en el mundo Occidental,
enraizado en la cultura y tradición judeo-cristiana, sino en la aldea
global. Eso sí, el sistema con la ayuda del relativismo más secular y
escéptico del que se tenga memoria, han procurado conservar la
escenografía (el pesebre, los animales, la estrella, etc.) pero vacía de
su contenido trascendente. En una palabra, en hacer una representación
de Belén, sin la fecundidad del pan ofrecido en alimento, que no es otro
que Jesús, el hijo de Dios hecho hombre. Por eso, pese a los más de
2.000 años que nos separan de aquel acontecimiento histórico y real,
valdría la pena preguntarse si hoy, en esta nueva Navidad, le damos
lugar a Dios en el albergue de nuestros corazones; si nos convertimos en
humildes pastores abiertos a la "buena noticia" del misterio que viene
de lo Alto; o, si como decía Isaías, somos parte de la humanidad que no
discierne y que, no sólo no conoce, sino que desconoce a Dios, anulando
toda posibilidad de ser "abordados" por Él y su gracia que en Belén se
tradujo en fuente de paz, luz y alegría.
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