Todo lo que viene sucediendo en Túnez, Egipto, Libia y
otros países árabes (Yemen, Bahréin, Argelia, Marruecos, etc…), nos
llena de esperanza en la medida en que vemos cómo grupos heterogéneos de
ciudadanos quieren ponerle fin a dictaduras o tiranías que llevan años
en el poder. Estos movimientos “liberadores” están basados en la
justicia de ciertas verdades aceptadas por quienes en el mundo nos
consideramos democráticos y republicanos, tales como: transitar
libremente por un país, publicar las ideas sin censura previa, tener
derecho a la propiedad privada, ejercer toda industria lícita, poder
elegir a quienes nos gobiernan, profesar libremente nuestro culto, etc…
Por supuesto, existe un cierto temor en los países desarrollados de
Occidente, acerca del resultado final de estos acontecimientos, dado que
muchos de estos países árabes son productores y abastecedores de
petróleo y existe la posibilidad de que grupos “integristas” islámicos
puedan acceder al poder.
Esta última postura estaría en la línea del mejor
“malo conocido que bueno por conocer”. De allí que al principio hubo
muestras exageradas de silencio ante, por ejemplo, los sucesos que
desencadenaron la caída de Mubarak en Egipto, o los hechos fatales que
se iban produciendo en Libia, donde los medios hablan de centenares de
muertos. Pareciera que nadie se quisiera meter del todo en el asunto por
temor a equivocarse y que finalmente resulte para Occidente un “tiro
por la culata”. Sin embargo, frente a estas dudas racionales debe
oponerse el optimismo y la esperanza que despierta el contagio de la
libertad que desean los pueblos, libertad que difícilmente vaya a ser
negociada por otro tipo de tiranías, como podrían ser las que plantea el
“integrismo” o “fundamentalismo” islámico. Ese contagio optimista de la
libertad debe hacernos pensar en la posibilidad de que se formen
verdaderas repúblicas árabes más al estilo de la democracia turca que de
la teocracia iraní. El hecho de que el dictador Khadafi asuste a
Occidente diciendo que todo esto es obra de Ben Laden, esta muy cerca de
una visión maniquea que se quiere asociar con todo el Islam y el
dictador libio hace usufructo de ella aunque se dice a sí mismo sufista.
Estos mismos aires de libertad deberían contagiar a
los Latinoamericanos, especialmente a los cubanos, para pedir el fin de
la dictadura de los hermanos Castro, en forma pacífica pero persistente.
Porque no es en vano repetir que en Cuba no existen las libertades
fundamentales consagradas en una democracia republicana, tal como hemos
podido comprobar quienes conocemos esa hermosa isla caribeña. Asimismo,
sería parte de ese sueño de contagio universal de la libertad, pensar
que nuestros hermanos venezolanos pudieran hacer otro tanto, exigiéndole
a Chávez elecciones transparentes y la devolución de las libertades de
expresión y el derecho a la propiedad privada que son conculcadas con
mayor frecuencia y virulencia.
¡La verdad nos hará libres!, y bien vale la pena
contribuir a contagiar esta esperanza de libertad que flota en este
momento en el mundo, para que el futuro nos depare una vida en
fraternidad universal, con más justicia, progreso y libertad.