A la hora de votar, los creyentes en general y los
católicos en particular, no podemos taparnos los ojos, sellar la
memoria, dejar a un lado nuestra ética ciudadana ni, mucho menos,
silenciar nuestra conciencia moral. Todo lo contrario, debemos abrir los
ojos a la realidad político-social en la que estamos inmersos, recordar
todo lo que ha venido sucediendo en este tiempo, juzgarlo a la luz de
la ética más simple que debe regir cualquier República y, por último,
discernir desde nuestro interior más profundo lo que nuestra conciencia
moral nos indique como más conveniente para el país.
Algunos pensamientos podrían
ayudarnos en ese proceso de discernimiento a la hora de elegir a qué
políticos apoyar a través de nuestro voto. Escojo los de dos personajes
que me parecen muy apropiados en este momento.
El primero, el de ese gran santo
que fue Tomás Moro, quien se negó a convalidar los deseos absolutistas
del rey Enrique VIII y prefirió morir degollado a renegar de su fe. Es
bueno recordar lo que dijo antes de lo que ejecutaran: “Muero como buen
servidor del Rey, pero primero de Dios”. Tomás Moro decía que: “Para ser
buenos políticos hay que ser, ante todo, personas íntegras y formadas;
formadas especialmente en la vivencia según los valores cristianos. De
este modo pueden ser fuertes interiormente para poder resistir a las
tentaciones del poder”.
El 31 de octubre del año 2000, el
Papa Juan Pablo II nombró a Tomás Moro patrono de los políticos y
gobernantes y entre otras cosas, dijo: “Urgen opciones políticas claras a
favor de la familia, los jóvenes, los ancianos y los marginados, y
Tomás Moro se distinguió por su fidelidad a las autoridades y a las
instituciones legítimas, porque en ellas quería servir no al poder sino a
la justicia; para él fue clara la primacía de la verdad sobre el poder,
y fue contundente al afirmar que ‘el hombre no puede separarse de Dios,
ni la política de la moral”.
El segundo pensamiento que elijo,
es el del difunto cardenal vietnamita, Francisco Javier Van Thuan,
quien estuvo 13 años preso del gobierno comunista por profesar la fe
católica (9 de los cuales los pasó en confinamiento total dentro de una
celda sin ventanas). Van Thuan escribió una serie de “bienaventuranzas”
sobre los políticos, que pueden servirnos de referencia:
1. Bienaventurado el político
que tiene un elevado conocimiento y una profunda conciencia de su papel.
El Concilio Vaticano II definió la política «arte noble y difícil». A
más de treinta años de distancia y en pleno fenómeno de globalización,
tal afirmación encuentra confirmación al considerar que, a la debilidad y
a la fragilidad de los mecanismos económicos de dimensiones planetarias
se puede responder sólo con la fuerza de la política, esto es, con una
arquitectura política global que sea fuerte y esté fundada en valores
globalmente compartidos.
2. Bienaventurado el político
cuya persona refleja la credibilidad. En nuestros días, los escándalos
en el mundo de la política, ligadas sobre todo al elevado coste de las
elecciones, se multiplican haciendo perder credibilidad a sus
protagonistas. Para volcar esta situación, es necesaria una respuesta
fuerte, una respuesta que implique reforma y purificación a fin de
rehabilitar la figura del político.
3. Bienaventurado el político
que trabaja por el bien común y no por su propio interés. Para vivir
esta bienaventuranza, que el político mire su conciencia y se pregunte:
¿estoy trabajando para el pueblo o para mí? ¿Estoy trabajando por la
patria, por la cultura? ¿Estoy trabajando para honrar la moralidad?
¿Estoy trabajando por la humanidad?
4. Bienaventurado el político
que se mantiene fielmente coherente, con una coherencia constante entre
su fe y su vida de persona comprometida en política; con una coherencia
firme entre sus palabras y sus acciones; con una coherencia que honra y
respeta las promesas electorales.
5. Bienaventurado el político
que realiza la unidad y, haciendo a Jesús punto de apoyo de aquélla, la
defiende. Ello, porque la división es autodestrucción. Se dice en
Francia: «los católicos franceses jamás se han puesto en pié a la vez,
más que en el momento del Evangelio». ¡Me parece que este refrán se
puede aplicar también a los católicos de otros países!
6. Bienaventurado el político
que está comprometido en la realización de un cambio radical, y lo hace
luchando contra la perversión intelectual; lo hace sin llamar bueno a lo
que es malo; no relega la religión a lo privado; establece las
prioridades de sus elecciones basándose en su fe; tiene una carta magna:
el Evangelio.
7. Bienaventurado el político
que sabe escuchar, que sabe escuchar al pueblo, antes, durante y después
de las elecciones; que sabe escuchar la propia conciencia; que sabe
escuchar a Dios en la oración. Su actividad brindará certeza, seguridad y
eficacia.
8. Bienaventurado el político que
no tiene miedo. Que no tiene miedo, ante todo, de la verdad: «¡la verdad
–dice Juan Pablo II- no necesita de votos!». Es de sí mismo, más bien,
de quien deberá tener miedo. El vigésimo presidente de los Estados
Unidos, James Garfield, solía decir: «Garfield tiene miedo de Garfield».
Que no tema, el político, a los medios de comunicación. ¡En el momento
del juicio él tendrá que responder a Dios, no a los medios!