¿Cristianos Derrotados? |
17/01/2014 - Valores Religiosos |
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En una de sus homilías de la misa matinal que celebra en la capilla de la casa Santa Marta, el Papa Francisco ha dicho que “la Iglesia está llena de cristianos derrotados”, “convencidos a medias”, con una “esperanza aguada”. Y que para alcanzar “la fe que vence al mundo” los cristianos debemos encomendarnos a Dios.
Confieso que esta homilía de Francisco me llegó al corazón. No sé si por el momento personal que estoy viviendo, o, quizá, por cómo nos sentimos los argentinos como nación. Es lógico que existan momentos de desazón en nuestra vida y que tendamos a bajar los brazos (problemas de salud, la pérdida de un trabajo, la muerte de un ser querido, los desencuentros afectivos, etc…), pero de allí a permanecer en un estado de “desesperanza” continuo hay una gran diferencia. Lo mismo, cuando nos miramos como sociedad ante los fracasos recurrentes (la inseguridad, el desempleo, la inflación, la impunidad, etc…) podemos caer, como me decía alguien el otro día, en el “fatalismo” característico de los argentinos y repetir aquello de que: “no podemos salir adelante, siempre nos pasa lo mismo, no tenemos remedio, esto nunca va a cambiar, los políticos son todos iguales, la historia se repite….”.
Y digo que la homilía de Francisco me llegó al corazón, porque con esa habitual simpleza y profundidad que lo caracteriza, me recordó dos elementos básicos para recobrar la esperanza y salir victorioso en esta disputa contra la desesperanza, al decir que la fe exige dos actitudes: “confesar y confiarnos”. “La Iglesia está llena de cristianos derrotados que no creen que la fe venció al mundo, que la fe es victoria, que no viven esta fe”, y agregó que si no se vive esta fe, “está la derrota” y, entonces, “el príncipe de este mundo, vence al mundo” (cuando Francisco se refiere al príncipe de este mundo, habla del espíritu del mal, del maligno, aunque para muchos, la existencia del demonio, en los umbrales del siglo XXI, puede sonar a cuento para niños). Es decir, si no confesamos que creemos en un Dios que venció al pecado y a la muerte, en un bien que venció al mal, nuestra fe se diluye.
Decía Francisco al respecto: “Confesar la fe, exige creer no en parte o a medias, sino en toda la fe, esta fe como ha llegado a nosotros, por el camino de la tradición: ¡toda la fe!”. Y agregó que la fe cristiana se resume en la oración del Credo, rezada “desde el corazón y no como papagayos”. En el Credo, Dios es el que crea, y Jesús es el Señor concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, que resucitó de entre los muertos. Es decir, el que venció a la muerte y al pecado. “¿Cómo puedo saber si confieso bien la fe?”, preguntaba Francisco respondiendo: “Hay una señal: quien confiesa bien la fe, y toda la fe, tiene la capacidad de adorar a Dios…el termómetro de la vida de la Iglesia está bajo en esto…hay poca capacidad de adorar…y esto es porque en la confesión de la fe no estamos convencidos o estamos convencidos a medias”.
Claro, “adorar a Dios”, en nuestros tiempos, hasta pareciera un sacrilegio. Adoramos el dinero, el placer, el poder, o algún ídolo deportivo…¿pero a Dios? Suena casi ridículo. ¿Por qué? Tal vez, porque muchos cristianos, justamente, ya no creen en ese Credo, ni que Dios fue el Creador y que uno es simplemente una creatura; ni que Jesucristo padeció y murió en la cruz, para darnos la salvación. Por lo tanto, cómo es posible adorar a alguien en quien no creemos con toda nuestra alma y todo nuestro corazón. Es la historia repetida del pueblo de Dios, que le da la espalda a su Creador y se inclina ante el “becerro de oro”.
Luego de referirse al “confesar la fe y custodiarla”, Francisco habló de la segunda actitud necesaria: la confianza en Dios. “Así como la confesión de la fe nos lleva a la adoración y al elogio de Dios, el confiarse a Dios nos lleva a una actitud de esperanza. Hay tantos cristianos con una esperanza con demasiada agua, con una esperanza débil. ¿Por qué? Porque no tienen la fuerza y el coraje de encomendarse al Señor”. “Pero si nosotros cristianos, creemos confesando la fe, también custodiando la fe y confiándonos a Dios, al Señor, seremos cristianos vencedores. Y esta es la victoria que venció al mundo, nuestra fe”, concluyó diciendo.
Confiar en Dios nos hace bien, aunque también parezca una cosa de niños dentro de la cultura en la que estamos inmersos, encerrada en el “mérito propio” y el “individualismo”, como únicos instrumentos para salir adelante y recobrar la esperanza. Pero en este “solo yo”, frecuentemente, nos hundimos en la desesperación, incluso los cristianos, cuando tomamos conciencia que no todo depende de nosotros mismos. Por eso, estas palabras de Francisco, me llegaron al corazón, porque me recordaron una fórmula sencilla del camino evangélico: profesar la fe, adorar a Dios y confiarnos por entero en Él, quizá, repitiendo diariamente aquella hermosa jaculatoria que vive en la tradición de la Iglesia: “Jesús, en vos confío”.
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