La pandemia y su cuarentena,
por demás extendida en Argentina, nos tiene a todos a maltraer, por momentos
muy confundidos, hasta en el seno mismo de la Iglesia Católica, donde
religiosos y laicos escuchamos disímiles posiciones respecto a la vuelta al
culto, cosa que también está ocurriendo en Europa. Es claro que el ejercicio
del culto es un derecho constitucional que no puede ser restringido y que las
circunstancias de excepción no están establecidas en nuestra Carta Magna. Por
lo tanto, la cuarentena debe, por un lado, tender al cuidado de la salud de la
población pero, por el otro, no avanzar en demasía en el cercenamiento de las
libertades y derechos individuales. Hace poco, tuvimos en la ciudad autónoma de
Buenos Aires, un debate al respecto por el permiso que se les exige a los
mayores de 70 años para salir de su vivienda que muchos abogados consideraron
anticonstitucional. Pues bien, otro tanto sucedería con el tema del culto, al
no estar permitido el ejercicio en las iglesias por temor al contagio.
Recientemente, la Conferencia
Episcopal Argentina pidió al Gobierno Nacional, que se permitiera reabrir los
templos y realizar celebraciones con el
correspondiente cuidado de la salud (cantidad de personas, distanciamiento,
aireación, uso de gel y barbijo, etc…). Asimismo, algunos laicos comenzaron una
campaña de firmas apoyando ese pedido, haciendo mención de que el Gobierno
había concedido a los fieles judíos la práctica de ciertos rituales en las sinagogas.
Sin embargo, el Gobierno no hizo concesiones.
Lo que llama poderosamente la
atención, más allá de la decisión gubernamental, es la posición de algún
obispo, que ha dicho que lo importante
en estos momentos es la acción social de la Iglesia y no tanto la práctica del
culto o el regreso a poder recibir los sacramentos. Creo, sinceramente, que
quien así piensa confunde a los fieles, porque nadie pone en tela de juicio que
en estos momentos hay que estar al lado del que sufre, del marginado, del más necesitado,
así como de todos aquellos que están prestando servicios sociales desde lo
sanitario hasta lo productivo; pero una cosa no quita la otra, porque
desconocer la gracia sacramental sería poner en tela de juicio la importancia
central y esencial que tiene en nuestra fe católica, por ejemplo, la
eucaristía.
A tales efectos, sería bueno
repasar brevemente algo que dice el Catecismo sobre el valor de la eucaristía:
“la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe”; o sobre alguno de los
frutos de recibir la eucaristía: “Lo que el alimento material produce en
nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra
vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, ‘vivificada por
el Espíritu Santo y vivificante’, conserva, acrecienta y renueva la vida de
gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita
ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta
el momento de la muerte…”.
Por lo tanto, la invitación a
recapacitar y clarificar posiciones es algo que se vuelve necesario para todos,
pues lo que los fieles católicos estarían pidiendo no es una “cruzada de la
fe”, ni ponerse en contra de un Gobierno, sino poder celebrar el culto y
recibir, entre otros, este alimento espiritual.