Hace días que tengo ganas de
escribir esto. Siento obligación de aportar al debate de ideas –ya que lo que
sucede en Europa, velozmente se traslada a nuestros países-, sobre todo en el
terreno que menos se quiere reflexionar. Porque es fácil decir que la raíz de
la crisis que vive la Unión Europea es solamente de índole económica, debido a
la recesión, a los planes de ajuste, a la díscola Grecia o a la España
impotente que no encuentra una salida al desempleo. Pero resulta difícil
afirmar que una de las causas principales de esta situación es de naturaleza
cultural y, específicamente, familiar. Es en este terreno donde quiero hundir
la mirada y animarme a reflexionar.
Siempre se dijo que la familia
era la célula básica de cualquier sociedad. La roca en la que ésta se apoyaba.
Que la familia era el principio y el fundamento de la organización social, que
por esa razón tenía primacía sobre otras organizaciones en los enunciados de
muchas de las constituciones civiles. Que a través de la familia, se integraba
la persona a la sociedad y se le daba un sentido más trascedente a la
existencia y a la prolongación de la especie. Que la familia era la primera
educadora del ciudadano, etc… Y cuando se hablaba de familia, se refería a la
llamada “familia nuclear”, es decir a la compuesta por una pareja heterosexual
y sus hijos. Sin embargo, hoy en día, principalmente dentro de la otrora
civilización judeo-cristiana de Occidente, todo esto ha saltado por los aires
al ponerse en duda la validez de aquella afirmación original. Y se ha puesto en
cuestionamiento, por diferentes motivos, entre los que podrían destacarse: las
desmedidas ansias de libertad individual (la familia requiere un compromiso y
la cesión de parte de esa libertad en aras de un bien mayor); el desopilante
avance por imponer los deseos de las minorías a través de la sanción de leyes tildadas
falsamente de “progresistas” (matrimonio igualitario, identidad de género,
eutanasia o “muerte digna”, aborto, adopción unipersonal, permisividad en el
consumo de drogas, manipulación genética, alquiler de vientres, filiación
adulterada, etc…); y el irracional deseo
de aniquilar todo sentido trascendente de la vida, mediante un proceso de
secularización del individuo y el enfrentamiento a toda propuesta de religarse
con un Ser Absoluto y su Misterio, a quien antes se lo reconocía como Dios.
Conclusión, desde hace varias décadas que esta civilización atraviesa un
proceso de destrucción de la familia nuclear.
No viene al caso aquí discutir
sobre las nuevas formas y combinaciones “seudo familiares” propuestas para
reemplazar la roca de fundamento de la sociedad, sino advertir cómo al
pulverizar la roca, se pretende hoy construir sobre arena y es un hecho que si
el cimiento está en la arena, la casa se derrumba. Pero adentrémonos
concretamente en la crisis de la Unión Europea y liguémosla con lo que hemos
enunciado en el segundo párrafo. La Europa moderna, que muchos admirábamos -sobre
todo desde nuestra querida Argentina siempre más proclive a mirar hacia el
terruño de nuestros antepasados que hacia nuestro otrora competidor del norte
de América-, después de atravesar por el cimbronazo y el desgarramiento de las
dos últimas grandes guerras, supo enhebrar un sistema o “estado de bienestar”,
comenzando por los países “nórdicos” y siguiendo por el eje entre Alemania y
Francia que sentó las bases de la Unión Europea a la que luego se fueron
incorporando los países satélites, primero de la Europa Occidental y luego, ya
en medio de la crisis, los del ex pacto de Varsovia. Ese llamado “Estado de
bienestar” era el que permitía a través del esfuerzo y el trabajo, recaudar
altos impuestos y mediante ellos asegurar un sistema de educación, salud y
seguridad social adecuados para que el individuo gozara de beneficios en el presente
y se asegurara otros en la vejez. Este proceso, corrió paralelo a los avances
científicos en el terreno de la medicina que prolongaron la expectativa de vida
de la población; y a un proceso de “conquistas sociales” a nivel laboral que en
muchos países redujeron las jornadas de trabajo, la edades mínimas de
jubilación y la flexibilidad en los convenios. Conclusión: “vivir más,
trabajando menos” se convirtió en una panacea difícil de rechazar, fuera en las
propuestas electorales o en la decisiones electivas.
Sin embargo, esta panacea o nueva
fórmula de felicidad, lógicamente aceptada por el grueso de las sociedades
europeas, trajo aparejado alguno de los males mencionados en el segundo párrafo,
agregando a dicho enunciado: “vivir más, trabajando menos, disminuyendo los
compromisos individuales e incrementando el tiempo dedicado al ocio y la
satisfacción de los propios deseos”. Es decir que la “panacea” (medicamento
utópico que cura todas las enfermedades) se transformó, a la vez, en pan para
el ego y el hedonismo. Entonces, el compromiso con la formación de familias y
la procreación de hijos, fue cayendo en picada, a tal punto que los países
europeos, supuestamente más desarrollados, comenzaron a mostrar tasas de
crecimiento de la población mínimos (si se excluye la de los inmigrantes
venidos del norte de África o de Asia). Así, países como Italia, incentivan hoy
la procreación familiar y un mayor número de hijos, aunque con escasos
resultados. Conclusión, la población activa europea formal es cada vez menor
(ya que la mayoría de los inmigrantes ilegales, trabajan en “negro”) y,
consecuentemente, cada vez hay menos aportantes para garantizar el “estado de
bienestar” de una población pasiva creciendo casi en forma exponencial (jubilados
y pensionados). Más ancianos y “mascotas” (me refiero a perros, gatos, etc…),
por un lado, y menos familias y niños, por el otro, ponen en jaque el modelo
económico, debido a una crisis cultural que ha quebrado la familia.
La reversión del proceso,
según este análisis por cierto
discutible, es la recuperación de la familia nuclear para la reconstrucción
sustentable de esta parte del mundo y la anulación de todas las leyes retrógradas
e involucionistas que están atentado contra ella. En una palabra, fomentar el
amor maduro y no el pasajero. Pareciera que en nuestro país nadie ve lo que
sucede en Europa y estamos por seguir aceleradamente sus pasos.