Se dice que
está “corrupto”, un cuerpo en descomposición. Pero, generalmente, al hablar de
corrupción, nos referimos a la “corrupción política o económica”, que se
produce cuando los individuos que ejercen el poder (sean estos funcionario,
jueces, legisladores o empresarios) lo utilizan en forma indebida, para obtener
alguna ventaja personal en forma ilegítima. Y lo hacen, supuestamente, en
secreto, aunque en la actualidad, cada vez les importa menos, entonces hablamos
de que existe “impunidad”. Cuando la corrupción se vuelve impune, estamos frente
a un doble problema y se corre el riesgo de perder no sólo el castigo legal,
sino el social. Entonces, el “roban, pero hacen” se va volviendo costumbre hasta
transformarse en algo culturalmente aceptado que entra y se respira por todos
lados. Será por esa razón que, una reciente encuesta, señala que sólo al 60% de
los argentinos les preocupa la corrupción.
Hace pocos
días, el 3 de junio, en la homilía de la misa matinal que da en la Casa Santa
Marta, el flamante Papa Francisco, ha dicho: “pecadores sí, corruptos no”. Una forma de poner el énfasis en la
gravedad de la corrupción. De hecho, monseñor Bergoglio, ya había escrito sobre
el tema, en un pequeño libro publicado por Editorial Claretiana: “Corrupción y
pecado”, basado en una reflexión sobre el tema del 2005, donde, entre muchas
cosas, decía: “La corrupción es la hierba
mala de nuestros tiempos. Infecta la política, la economía, la sociedad.
Amenaza hasta a la Iglesia. Es el cáncer moral que ha envuelto Argentina".
"El corrupto pone cara de no haber hecho nada, se merecería un doctorado
Honoris causa en cosmética social". "No habría corrupción sin corazones corruptos". Por otra
parte, en la homilía del 3 de junio, refiriéndose a la parábola de los
viñadores, y a los cristianos, señalaba: “Perder
la relación con Dios…es lo que hacen los corruptos, aquellos que eran pecadores
como todos nosotros, pero que dieron un paso más: se consolidaron en el pecado y
no sienten la necesidad de Dios…Judas empezó siendo un pecador avaro y acabó en
la corrupción…Los corruptos son grandes desmemoriados, olvidaron este amor con
el que el Señor hizo la viña y los hizo a ellos. Cortaron la relación con este
amor y se convirtieron en adoradores de sí mismos”.
Lo opuesto a
la “corrupción política o económica”, sería la transparencia. Es indudable que,
para que todos los argentinos nos volvamos más “transparentes”, debemos
comenzar por revalorizar la
transparencia no sólo en los actos de gobierno, sino en la administración de la
justicia y de la actividad económica. Siempre se dice que, en nuestro país:
“hecha la ley, hecha la trampa”. Como si la transgresión de la ley fuera un
deporte nacional. Pues bien, desbordados como estamos por la corrupción y la
impunidad, creo que ha llegado el momento de hacer una mea culpa colectivo,
sobre todo, por parte de aquellos que detentan el poder y deben cumplir y hacer
cumplir las leyes, para que vivamos una revolución de la transparencia, y, como
dijera también Francisco en la mencionada homilía, recuperemos el sentido
cristiano de la “santidad” y de aquellas “vidas ejemplares” que no sólo leíamos
cuando éramos niños, sino que palpábamos en la vida de aquellos políticos y
empresarios que caminaban con la frente alta por la calle, sin necesidad de
custodios, ni de artilugios legales, ni de fueros que les sirvieran como
escudos, ni de lobbies corporativos que los protegieran, ni de excusas
inexcusables. Simplemente, gente decente, que valorizaba más el “ser” que el
“tener”.