Francisco está por visitar en Noviembre
Turquía. Será el cuarto Papa en hacerlo, luego de Pablo VI, Juan Pablo II y
Benedicto XVI. Tuve la suerte de seguir de cerca la visita que hizo Benedicto
XVI a dicho país, en noviembre de 2006: el encuentro con el patriarca ortodoxo
Bartolomé I, la misa que celebró en la Meryem
Aná Eví (“casa de la madre María”) en Efeso y su trascendente visita a la
“mezquita Azul” de Estambul, donde el Papa hizo un instante de silencio en
oración, junto al Gran Muftí, Mustafá Cagrici, mirando al mihrab que marca la dirección a La Meca.
Mucha agua había corrido bajo el puente en
aquél momento. Primero, la aparición de las famosas “caricaturas de Mahoma”, en
septiembre de 2005, en distintos diarios de Europa. Luego, la sobre reacción
del mundo islámico, seguido de protestas y atentados por aquellas expresiones.
Entre ellos, el asesinato del sacerdote italiano, don Andrea Santoro, el 5 de
febrero de 2006, en Turquía. Más tarde, el cuestionado discurso del Papa
Bendicto XVI en la universidad de Ratisbona, en septiembre de 2006, donde se había mal interpretado o sacado de
contexto alguna de sus palabras referidas a una conversación del pasado entre
un emperador bizantino y un intelectual persa, referidas a la Jihad (que puede interpretarse en
algunos casos como el compromiso del creyente con la “guerra santa” y, en
otros, como el “combate espiritual” personal).
Lo cierto es que personalmente viajé a Turquía,
no sólo para seguir aquella visita papal, sino para investigar sobre la muerte
del padre Andrea Santoro. Había sido muy fuerte para mí, la imagen de su
muerte. Don Andrea, de sesenta años de edad, estaba rezando de rodillas en un
banco de la pequeña iglesia de “Santa María”, en la localidad de Trabzón, junto
al mar Negro. Rezaba con la biblia abierta en sus manos, cuando un joven turco
de dieciséis años, Ouzhan Akdil (supuestamente miembro del grupo “los lobos
grises”, al que había pertenecido también Ali Agca, quien atentó contra la vida
de Juan Pablo II), entró en la iglesia y le disparó dos tiros por la espalda,
al grito de: Allah-u Akbar (“Dios es grande”). En una palabra, un joven
asesinaba en el “nombre de Dios” a un sacerdote que en ese preciso instante le
estaba rezando a Dios. Algo no cerraba, pero era tan fuerte aquella trama del
crimen y martirio, que me motivaría a escribir un libro titulado: “Diálogo con
el Islam”, donde intenté plantear lo que nos unía a los cristianos con los
musulmanes y lo que nos separaba.
El padre Andrea Santoro, fue mi mejor
consejero, ya que vivió en Turquía consagrado al diálogo interreligioso,
específicamente con el Islam. Había fundado un grupo que dio en llamar Finestra per il Medio Oriente (“ventana
para el Medio Oriente”). “Diálogo y convivencia, no se dan cuando se
está de acuerdo con las ideas y las elecciones ajenas, sino cuando se les deja
lugar junto a las propias y cuando se intercambia como don el propio patrimonio
espiritual”, decía el mártir italiano. “El
camino por delante es largo y no fácil. Dos errores creo que hay que evitar:
pensar que no es posible la convivencia entre hombres de religión distinta, o
bien, creer que es posible sólo infravalorando o dejando de lado los problemas
reales”, repetía.
Cuando terminé aquél libro, además de llegar a
la conclusión de que era mucho lo que nos unía a los cristianos con los
musulmanes, en cuanto a la cosmovisión religiosa (monoteísmo, génesis, práctica
religiosa, escatología, etc…), descubrí que había dos puentes que debíamos
utilizar para cimentar el diálogo: la Misericordia de Dios y la figura de
María. Es notable que los musulmanes nombren principalmente a Dios, como el
“misericordioso y el compasivo” (aunque existan noventa y nueve formas de
referirse a Dios). Al comienzo de cada
sura del Corán (excepto la novena), se lo nombra en dicha forma, conocida como basmala (“En el nombre Dios, el
Misericordioso y el Compasivo”). En lo que se refiere a María (para los
musulmanes, Maryam, la madre del
profeta Isa, Jesús), es muy
significativo que, al igual que los católicos, acepten su Virginidad e Inmaculada
Concepción, rindiéndole un culto especial, a tal punto que Mahoma dirá de su
hija Fátima: "Tú serás la mas bendita entre
todas las mujeres del paraíso, después de María".
Para el famoso arzobispo norteamericano Fulton Sheen, la aparición de la Virgen
a comienzos del siglo XX, en un lugar como Fátima (Portugal), que lleva el
nombre de la hija de Mahoma, señalaba un camino de diálogo y unidad posible con
el Islam.
Los tiempos que se viven
en Medio Oriente son más complicados que nunca, no sólo en el territorio de
Israel y Palestina, sino con la aparición del grupo integrista islámico
conocido como ISIS (Estado Islámico), y a los que llaman jihadistas (en
referencia a la Jihad). Ha llenado de
terror vastas zonas de Irak y Siria, no sólo mediante la persecución y
aniquilamiento de cristianos, sino de otras minorías religiosas, en lo que
podría considerarse como una verdadera “limpieza religiosa”, como no se veía
desde tiempos de Hitler. La misión que está cumpliendo Francisco en estos
conflictos es de mucha relevancia, con su continuo llamado a la paz y al
diálogo, pero también en defensa de los derechos de las minorías. Su visita a
Turquía (aliado importante de Occidente y vecino de ambos países en conflicto),
será una nueva oportunidad de seguir trabajando en el diálogo con el Islam. Si
Francisco continúa apoyando su pastoral eclesial en la Misericordia de Dios y
le suma la intercesión de María, todo parecería indicar que se podrá cimentar,
aún más, “el diálogo con reciprocidad”, que asegure la sana convivencia en
distintos lugares del mundo donde cristianos o musulmanes son mayoría o
minoría, respectivamente, ya que sin reciprocidad en el diálogo difícilmente se
pueda construir la confianza mutua.
El padre Andrea Santoro
(futuro mártir), refiriéndose a su precaria situación de presencia en un país
mayoritariamente musulmán, unos días antes de ser asesinado había escrito a sus
amigos romanos: ”He experimentado la
importancia y la posibilidad de realizar un intercambio de dones espirituales
entre estos dos mundos. Oriente Medio, gran ´tierra santa’, donde Dios decidió
comunicarse de manera especial con los hombres, tiene sus riquezas y la
capacidad, gracias a la luz que Dios ha infundido desde siempre, de iluminar
nuestro mundo occidental. Pero, Oriente Medio, tiene sus oscuridades, sus
problemas, con frecuencia trágicos, y sus vacíos. Necesita, por tanto, a su
vez, que ese Evangelio que de allí partió vuelva a ser sembrado y que la
presencia de Cristo vuelva a ser propuesta allí. Es una recíproca re-evangelización
y un enriquecimiento que los dos mundos pueden intercambiarse”.