La tragedia de París. ¡Esto no puede ser de Dios! |
13/01/2015 - Valores Religiosos |
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El 5 de febrero de 2006 mataron al sacerdote italiano, don Andrea Santoro, en la localidad de Trabzon, Turquía, a orillas del mar Negro. Dicho asesinato fue relacionado con la polémica desatada en Europa desde fines de 2005, a raíz de la aparición de las llamadas “caricaturas de Mahoma”, primero en un diario danés, el Jyllands-Posten y luego en otros medios gráficos del Viejo Continente. Un joven musulmán de 16 años, al grito de “Allahu Akbar” (Dios es grande), le pegó dos balazos por la espalda, mientras Santoro rezaba de rodillas en la pequeña iglesia de Santa María. Luego, se supo que el joven, quien justificó el asesinato en el rencor producido por la aparición de los mencionados dibujos sobre el Profeta, estaba vinculado a la secta de los “Lobos grises”, la misma a la que pertenecía el turco Mehmet Alí Agca (quien atentó contra Juan Pablo II, en 1981). En una palabra, un joven, en el nombre de Dios, asesinaba a un hombre que le estaba rezando a Dios. ¿Era posible que fuese el mismo Dios?
Para encontrar una respuesta visité Turquía, en noviembre del mismo año, en coincidencia con el viaje que realizó el hoy Papa emérito, Benedicto XVI, luego de la polémica suscitada por un discurso que pronunció en la Universidad de Ratisbona, que había indignado a ciertos sectores del integrismo islámico. De regreso a la Argentina publiqué el libro: “Diálogo con el Islam”, en el que intenté abordar desde las controversias suscitadas por la aparición de las caricaturas y el mencionado discurso papal; pasando por el asesinato de Santoro y su profundo pensamiento religioso respecto al diálogo (había fundado la Finestra per il Medio Oriente, una Asociación dedicada a dicho fin); hasta los puntos que, a mi criterio, unen y separan a cristianos y musulmanes; intentando, por último, tejer un puente de esperanza en el diálogo y el encuentro confiando en la Misericordia de Dios y la devoción a María (dos temas relevantes para ambas religiones).
Hoy, conmovido como muchos por la tragedia de París, donde el integrismo islámico (que mezcla política con religión) ha dado un nuevo golpe de fundamentalismo extremo al atentar contra la revista satírica Charlie Hebdo, vuelvo a recorrer el mismo camino del pensamiento. Es que los terroristas entraron en la redacción gritando: “Allahu Akbar” (Dios es grande) y también habrían justificado sus actos señalando que estaban vengando al Profeta. La historia se repite y las preguntas también. Es obvio que no se puede permitir que se mate por estos motivos, no sólo desde el punto de vista legal, sino también del religioso, puesto que “en el nombre de Dios, el Misericordioso y Compasivo” (Bismillah ir-Rahman ir-Rahim ), tal como se menciona tantas veces en el Corán, no se puede aplicar esta clase de castigo tan lejano de la compasión y la misericordia. No hay dudas que es un hecho por demás aberrante y repudiable que clama por justicia en forma inmediata y que atenta contra la libertad de expresión. Pero, ante este tipo de circunstancias, surgen al menos dos preguntas: ¿cuál es el límite a la libertad de expresión? y ¿es posible que los fundamentalistas cambien de actitud?
A la primera pregunta, hay una posible respuesta y una deducción. La libertad de expresión, aunque se exceda (por ejemplo con la burla o la sátira), no puede ser limitada mediante actos de terror, ni por la intervención de un Estado regulador (porque daría pie al uso arbitrario de esta limitación). La deducción sería: el camino es la auto-regulación. Es decir, que los medios de comunicación y expresión, fijen sus propios códigos de ética y de respeto, sobre todo a las creencias religiosas. Los medios más importantes del mundo, ya lo poseen. En cuanto a la segunda pregunta, sólo le cabe una respuesta: este tipo de fundamentalistas no van a cambiar de actitud, porque buscan provocar el terror ante cualquier justificación. La única manera de desarmarlos es mediante la prédica constante de los líderes religiosos, de que este tipo de acciones es contraria tanto a la búsqueda de Dios como a sus deseos de amar al hombre con Misericordia y Compasión; y que por este camino no puede haber Salvación, por más que se laven las conciencias apelando a la Sumisión.
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