Varias organizaciones eclesiales católicas y
cristianas, junto con dirigentes e instituciones de otras religiones y,
muy especialmente, el pueblo de Dios auto-convocado con anterioridad por
Internet, invitan a la ciudadanía a participar en la “marcha por la
familia”, que se realizará en la plaza del Congreso, el martes 13 de
julio a las 18:30 , un día antes de que se trate en el Senado de la
Nación el proyecto de modificación del Código Civil aprobado en
Diputados.
Los argentinos, en la última década, hemos
salido masivamente a las calles en contadas ocasiones. Recuerdo alguna
de ellas: cuando nos pusieron el corralito en el 2001, intentando
defender nuestros ahorros; cuando Rodriguez Saa subió al poder y nombró a
Carlos Grosso, pidiendo que se fueran todos los políticos; cuando
asesinaron al hijo del ingeniero Blumberg, reclamando seguridad y
condena para los delincuentes; por el conflicto entre el gobierno y el
campo, exigiendo el fin del enfrentamiento y la paz social; y,
últimamente, por los festejos del bicentenario. Razones políticas,
económicas, de seguridad, o de amor a la patria, nos han sacado a las
calles. Pues bien, ahora se trata simplemente de marchar en defensa de
nuestra identidad social.
Porque, aunque suene a viejo y conocido, “la
familia es la base de la sociedad”. Y la familia, a través de la
institución del matrimonio, es la que está siendo atacada por este
proyecto de Ley. Cualquier persona con sentido común lo sabe. Hasta el
origen etimológico de la palabra lo indica claramente, ya que proviene
de mater, madre, o, si se quiere, de matrix, matriz, seno materno. No
puede haber matrimonio sin madre y sin apertura a la posible maternidad.
No tiene sentido llamar de esta manera a otra figura. Podrá hablarse de
“unión civil” con plenos derechos a heredarse, tener seguridad social,
etc…pero no de matrimonio. Hacerlo sería ir en contra del sentido mismo
de su concepción y, más grave aún, dejar abierta la posibilidad de
adopción de hijos por parte de homosexuales, lo que tendría graves
consecuencias sociales al decir de los especialistas.
Son pocos los países que han aprobado el
matrimonio entre homosexuales y menos aún los que permiten la adopción
de hijos por parte de éstos. En general, son países de un mal llamado
“primer mundo” que se derrumba en el vacío del sinsentido, donde el
consumismo e individualismo, han arrastrado al hombre hacia la búsqueda
infructuosa por satisfacer los deseos individuales a toda costa, aún los
más antinaturales, entre ellos, los que niegan el lugar de la familiar
nuclear como cimiento de una sociedad sustentable. Así les va. No
forman familias y tienen cada vez menos hijos, esperando disfrutar de
una vejez apacible sin preocupaciones, cuando en realidad nadie sabe
cómo harán para pagarles las jubilaciones si no hay quien haga los
aportes.
La familia está siendo también atacada en la
Argentina con este proyecto de matrimonio para homosexuales, travestis y
bisexuales, aprobado en la Cámara de Diputados con muchos vicios de
nulidad, ya que los representantes del pueblo que votaron en aquella
ocasión, fueron elegidos en base a plataformas políticas de partidos que
nunca incluyeron el tema en sus campañas. Por lo tanto, ignoraron a sus
representados al momento de votar y se guiaron por las presiones
políticas ejercidas desde el Gobierno o por “convicciones personales”
que no necesariamente pueden ser coincidentes con la de los
representados, toda vez que no los consultaron. Por eso, muchos también
marcharemos pidiendo una “consulta popular” que obligue a los políticos a
escuchar la “voz del pueblo”; que obligue a las minorías a no
discriminar el sentir de las mayorías; que obligue a quienes dicen
luchar por la igualdad de los derechos humanos a tener en cuenta los
derechos humanos de los otros; que obligue, en fin, a todo el país a
recapacitar.
Es que tenemos la obligación de recapacitar,
tratándose de semejante modificación a nuestro Código Civil de
convivencia, escuchando la “voz del pueblo argentino” y no sólo los
deseos personales o intereses políticos de los representantes, muchos de
ellos influidos por el lobby que ejercen en los medios de comunicación
las minorías que se movilizan con mayor rapidez. Pero lo cierto es que
la voz de las mayorías silenciosas ya se comenzó a escuchar en el
interior profundo de nuestro país, con grandes manifestaciones en contra
del proyecto de Ley. Así ha sucedido en Tucumán, Corrientes, Mendoza,
San Juan, Salta y en muchos otros sitios. Por eso nosotros también
debemos marchar en Buenos Aires, sin distinción de ideologías políticas
ni de credos religiosos, para que los que no quieren oír, tengan la
obligación de escucharnos; para que escuchen nuestro sí por el
matrimonio entre hombre y mujer; nuestro sí por hijos con padre y madre;
nuestro sí por la familia como sostén de la sociedad argentina que
quiere un destino de grandeza y no verse fragmentada una vez más por el
falso progresismo de la mezquindad egocentrista.