“No dejemos que nos roben la esperanza, ni que se la arrebaten a
nuestros jóvenes”, señala el último documento de
la Asamblea Plenaria del Episcopado, que se refiere al problema del
narcotráfico y las drogas que padece nuestra nación. Un documento claro y
conciso, que hasta propone algunas medidas concretas como darle protección a las
fronteras y radarizar el espacio aéreo, hoy desprotegido. Toda la sociedad lo
sabe y los medios de comunicación han denunciado hace tiempo la existencia de
pistas clandestinas y el ingreso de “mulas” desde los países limítrofes, sin
que exista la más mínima intención de los gobernantes de establecer, por un
lado, los tan mentados radares y reforzar las fuerzas de seguridad de frontera
(al contrario, se las trae a zonas urbanas) y la sanción de una política
inmigratoria que nos proteja del ingreso al país de redes de narcotraficantes,
bandas de mercenarios dedicadas al comercio y sicarios que ingresan para hacer
ajustes de cuentas.
Lamentablemente,
muchos de los funcionarios públicos, políticos, jueces y fuerzas de seguridad
involucradas en combatir este mal que nos aqueja, parecieran actuar con temor o
estar involucrados en el negocio, a tal punto que, algunos, proponen la
despenalización de las llamadas drogas “livianas” que, se sabe, no son tan
livianas y son el puente de entrada a las más “duras”. Algo de esto también da
a entender el documento.
¿Quién de
nosotros no tiene un caso cercano, en el que la familia entera sufre por algún
miembro que ha caído en la adicción? Y cuando se cae en la adicción, se pierde
la libertad al ser vulnerada la voluntad y, por consiguiente, el libre albedrío
que Dios nos ha concedido: ese preciado don que nos distingue entre todas las
especies y nos convierte en humanos. Por más inteligencia que haya, sin
voluntad, es muy difícil la abstención y, por ende, la recuperación.
Esta es una de
las razones que nos permiten afirmar que en la lucha contra el narcotráfico
está en juego la libertad individual y, como consecuencia, la social. Una
sociedad enferma de drogas esta encadenada, pierde su voluntad social, la
cultura del esfuerzo, la propensión al trabajo y a la educación. “Trabajar y
estudiar” dejan de ser los pilares del progreso, cediendo lugar al “traficar y
drogarse” para desentenderse de la realidad. Bien sabemos lo que sufren otras
naciones hermanas dominadas por el narcotráfico. Por eso, la lucha debe ser de
todos, como dice este certero documento de la Iglesia, estemos donde estemos,
aunque la responsabilidad mayor recae sobre quienes ejercen el poder de prevención
y sanción. Vale la pena recordar aquello de que sin verdad no hay libertad y
sin libertad no puede haber justicia.