Liniers fue el único caso, en la
historia colonial de la América española, de un virrey elegido por el
pueblo, a través del Cabildo de Buenos Aires en 1807.
Se cumplen hoy 200 años del fusilamiento de
Santiago de Liniers y Bremond. Fue el 26 de agosto de 1810, en un lugar
conocido como Monte de los Papagayos, aledaño a la posta Cabeza de
Tigre, en Los Surgentes, Córdoba.
Según el relato de uno de los testigos, Liniers no
aceptó taparse los ojos con el pañuelo que le ofrecieron, ni cayó muerto
luego de los disparos que hiciera el pelotón bajo las órdenes del
teniente coronel Antonio González Balcarce, sino que debió rematarlo
Domingo French, de un tiro en la cabeza.
Al decir de algunos investigadores, esto sucedió
porque tanto quienes fueron primero enviados para capturar al héroe de
la Reconquista de Buenos Aires como los integrantes del pelotón de
fusilamiento que después acompañaron a Juan José Castelli, se oponían a
su asesinato, dado el respeto que le tenían, y que fue sólo por una
actitud equivocada y extremista de Mariano Moreno que se terminó
ejecutando a Liniers, cuando hubiese bastado con deportarlo (como
hicieron con el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y los miembros de la
Real Audiencia).
¿Arrepentimiento?
La Historia no suele escribirse con líneas tan
claras como para poder afirmar si se trató de un acto del que después se
arrepintieron muchos de los miembros de la Junta, pero lo cierto es que
tanto el ocultamiento del cadáver y del lugar de su ejecución (los
cinco muertos fueron sepultados en una fosa común y recién encontrados
51 años después), como la ausencia de un acta formal de juzgamiento,
despiertan sospechas, máxime si se tiene en cuenta que el grupo
"morenista" desapareció del poder en poco tiempo.
Recientemente, Javier Liniers, descendiente de la
rama española de la familia, visitó la Argentina y donó al Museo de la
Reconquista, en Tigre, algunos documentos que estaban en poder de sus
hijos, referidos a los reclamos sobre la hacienda de Alta Gracia, que
permiten sostener tal suposición.
Pero no viene al caso para honrar la memoria
completa de Santiago de Liniers detenernos únicamente en si se trató de
un asesinato pergeñado por unos pocos o de un fusilamiento cumpliendo
órdenes consensuadas por la Primera Junta (sabido es que Cornelio
Saavedra se opuso), sino en rescatar algunas características de la
personalidad de quien nos libró del dominio británico y sentó las
primeras bases del ansia de independencia que, paradójicamente, se
volverían en su contra. Me refiero a su nobleza y honor, la lealtad al
rey y el amor a Dios por sobre todas las cosas, las que pretendo
resumir, no sin antes recordar que Liniers fue el único caso en la
historia colonial de la América española de un virrey elegido por el
pueblo -lo hizo el Cabildo de Buenos Aires, en 1807- para reemplazar al
marqués de Sobre Monte, acto que fue posteriormente ratificado por el
rey de España.
Nobleza y honor. Cuando hablo de nobleza y honor,
no me refiero a sus vínculos de sangre, que probablemente lo ligaban con
San Luis, rey de Francia, ni a los distintos títulos obtenidos, como el
de conde de Buenos Aires (otorgado por el rey en 1809), sino más bien a
la nobleza y el honor de su carácter, que podría resumirse en la
consigna dada a la tropa antes de emprender la Reconquista: "Si llegamos
a vencer, como lo espero, a los enemigos de nuestra patria, acordaos,
soldados, que los vínculos de la nación española son de reñir con
intrepidez, como triunfar con humanidad; el enemigo vencido es nuestro
hermano, y la religión y la generosidad de todo buen español le hace
como tan natural estos principios que tendrá rubor de encarecerlos".
Refiriéndome a su lealtad al rey Fernando VII,
bastaría con mencionar su negativa ante el enviado de Napoleón, marqués
de Sassenay, de traicionar al monarca español y reconocer a José
Bonaparte. Quisiera agregar un párrafo de la carta enviada a su suegro,
Martín de Sarratea, el 10 de julio de 1810, que puede ser considerada su
testamento político: "¿Cómo siendo yo un general, un oficial, quien en
36 años he acreditado mi fidelidad y amor al soberano, quisiera usted
que en el último tercio de la vida me cubriese de ignominia quedando
indiferente a una causa que es la de mi rey, que por esta infidencia
dejase a mis hijos un nombre, hasta el presente intachable, con la nota
de traidor?".
En lo que se refiere a su amor a Dios (más allá de
su devoción a la Virgen), queda suficientemente reflejado en otro
párrafo de la mencionada carta: "Descanse usted mi amado padre y ponga
como yo su confianza en el Señor, el que sabe mejor que nosotros lo que
nos conviene. Él, que me ha precavido en tantos peligros, me precaverá
en los presentes, si así me conviene y es arreglado a su justicia; pero
si por sus altos decretos hallase en esta contienda el fin de mi agitada
vida, creo que me tendría en cuenta y descargo de mis innumerables
culpas ese sacrificio, al que estoy constituido por mi profesión, pero
fiado en las promesas del Señor que dice que aún nos tendrá cuenta de la
obediencia y sumisión a lo que es de nuestra obligación. Por último, el
Señor (...) proveerá a la subsistencia de mis hijos, los que podrán
presentarse en todas partes sin avergonzarse de deber la vida a un padre
que fuese capaz, por ningún título, de quebrantar los vínculos sagrados
del honor, de la lealtad y del patriotismo, y que si no les deja
caudal, les deja a lo menos un buen nombre y buenos ejemplos a imitar".
En una época en que muchos historiadores y
arribistas intentan modificar la Historia ensalzando supuestos próceres
que nunca lo fueron o pretenden desterrar las mejores tradiciones de la
patria, es importante volver a las fuentes recordando a los hombres que
construyeron las raíces de nuestra nacionalidad.
*El autor es escritor; descendiente de Santiago de Liniers por la rama argentina de la familia Estrada