Los
medios de comunicación destacaron recientemente, con mucho énfasis, la
inscripción de un bebé, en la ciudad autónoma de Buenos Aires, como hijo de dos
personas del mismo sexo. Tanta fue la importancia que se le dio al hecho, que
hasta el propio jefe de Gabinete de la ciudad asistió al acto en un registro
civil de la calle Uruguay. “¿Cómo es posible?”, me preguntó mi hijo de once
años. “¿Un bebé con dos papás?” En ese momento, no supe: si contestarle que se
trataba de una figura permitida únicamente por la legislación argentina, para creernos
los más “progresistas” y “avanzados” del mundo; si decirle que era un hecho
absurdo al que no debía prestarle atención; o si tenía que entenderlo como
parte de la crisis de identidad y de valores en que se encontraba inmersa la
civilización occidental (aunque el vientre alquilado para engendran el niño,
con el esperma de uno de los miembros de la pareja y el óvulo donado por una
canadiense, residiera en la India).
Como
contestarle lo primero me hubiese dejado como un rebelde ante la Ley civil
(aunque en esto de las leyes, debe primar siempre la Ley de Dios sobre la de
los hombres) y la tercera respuesta me parecía demasiado filosófica para mi
hijo, preferí decirle que se trataba de un absurdo. Porque absurdo es todo
aquello que es ilógico, contrario y opuesto a la razón. Y no tenía ninguna
lógica que yo me pusiese a explicarle que se trataba de una pareja de
homosexuales, que por la ley de “matrimonio igualitario” sancionada el año
pasado, se habían casado y como todavía no era legal en la Argentina la
adopción de niños por parte de ellos, decidieron “tenerlo” de esta manera
extravagante, declarando ante la prensa que cuando fuera grande le contarían
todo: “porque no queremos que tenga dudas sobre su identidad”.
No,
no tenía lógica, porque mi hijo, usando la razón con la que ha sido dotado por
la naturaleza y la semejanza divina, me hubiese preguntado qué quería decir
identidad. A lo que yo le tendría que contestar que según la definición del
diccionario de la Real Academia Española, proviene del latín, identitas y se refiere al conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que
los caracterizan frente a los demás. Y hubiese tenido que agregar que la
colectividad argentina no se caracteriza frente a las demás por tener hijos con
dos padres, sino por tener hijos con una madre y un padre, que de allí el
concepto auténtico del matrimonio (que proviene de matter o madre) y del sentido de la familia nuclear como sostén de
la vida en sociedad…
Realmente
no tenía lógica y no porque mi hijo no fuera a entenderlo, sino porque si este
lo repetía en algún lugar inadecuado podrían llegar a acusarme de fascista,
retrógrado, anárquico y discriminatorio, aplicándome todo el rigor de alguna
ley novedosa por su incoherencia y sería el primer padre en ir preso por tratar
de explicarle a su hijo que era un absurdo pensar en que podía tener dos
padres.
Finalmente,
me atreví a formular una combinación de las tres alternativas de respuestas y
le expliqué que el absurdo de la "co-paternidad igualitaria" que
anunciaban con bombos y platillos los medios de comunicación, no desentonaba
con el absurdo general que se vivía en Occidente y que en este mundo bizarro
aparecían estas figuras "legalizadas" por jueces y legisladores que
pretendían transformar la realidad palpable en relatividad intangible, donde un
niño se convertía en objeto de una lucha ideológica vacía de toda racionalidad,
de lógica y sentido común, pero supuestamente fundante de una nueva era de
progreso y libertad. Y terminé diciéndole, con el debido respeto por el bebé
involucrado: “Veremos qué dice el niño cuando crezca y se de cuenta del absurdo
que han cometido con su propia identidad”.