El puente
del amor en Sarajevo
Todavía se
escuchan los disparos sobre el puente Vrbanja de Sarajevo. Ocurrió un 19 de
mayo de 1993. Veintisiete años después, no se sabe de dónde vinieron. Que si
fueron los francotiradores del lado bosnio o del serbio. Los cierto fue que una
bala artera penetró en la cabeza de Bosko y otra en el pecho de Admira. Ambos
cayeron en el puente sobre el río Miljacka, que corta la ciudad milenaria
enclavada en los Alpes Dináricos. Bosko falleció en el acto. Admira, unos
minutos después, luego de arrastrarse hasta el cuerpo de su amado, tomarlo de
la mano y abrazarse con él. La madre de Admira, siempre ha dicho que estaban
“locos de amor, el uno por el otro. Que su hija le decía que sólo una bala podría
separarlos”. En este caso, las balas los unieron y estuvieron sus cuerpos casi
ocho días pudriéndose al sol, porque ninguno de los dos bandos se animaba a
retirarlos del puente por temor a ser abatidos. Es que, paralelo a la costa del
río, estaba el llamado “Corredor de los Francotiradores”, una avenida a la que
disparaban desde ambos lados durante la sangrienta guerra de Bosnia que se
extendió durante casi tres años y se cobró más de once mil vidas en esta ciudad.
Bosko Brikc,
era de origen serbio y cristiano ortodoxo. Admira Ismic, de origen bosnio y
familia musulmana. Una pareja mixta de las que tanto abundaban en Sarajevo hasta
que estallara el conflicto, luego del desmembramiento de la ex Yugoslavia. Se
habían conocido en la escuela secundaria y el primer beso se lo dieron en 1984,
cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno en la ciudad. En ese
momento, nadie suponía que el odio ancestral entre musulmanes y cristianos,
fueran estos católicos croatas u ortodoxos serbios, estallaría otra vez en la piel de la península Balcánica.
Durante la época de dominio de Josip Broz Tito, se había logrado cierta convivencia
entre etnias y religiones bajo la utopía socialista, y reinaba una cierta paz
en aquél macizo convulsionado de montañas rodeado de mares, mezquitas,
iglesias, sinagogas e historias fantásticas sobre el paso de los romanos,
turco-otomanos y austro-húngaros.
Los jóvenes
tenían 25 años y se habían jurado un amor eterno desde los 16, pasara lo que
pasase. No se habían casado aún pero estaban conviviendo en un departamento en el
barrio de las colinas que ocupaban en su mayoría los bosnios de origen serbio.
Ese barrio había sido acosado constantemente por bombardeos y la madre de Bosko
(que era viuda con dos hijos) había que tenido que mudarse en tres ocasiones,
la última vez, a la casa de los padres de Admira que quedaba en la otra punta
de la ciudad. Hasta que un día, tomó la decisión de abandonar Sarajevo hacia
tierras ocupadas por los serbios. A pesar de la decisión de su madre, Bosko
permaneció en la ciudad por el amor que se tenían con Admira.
Más de un año
había transcurrido desde aquél estallido de la guerra el 6 de abril de 1992.
Bosko no quería luchar en ninguno de los dos bandos; ni contra los serbios,
porque se sentía parte de ese pueblo; ni contra los bosnios musulmanes y
croatas que defendían la ciudad, por el amor que le tenía a la joven Admira y a
Sarajevo. Antes de la guerra, tenía un pequeño comercio de venta de alimentos.
Después, se vio obligado a entrar en el negocio del mercado negro para
subsistir, con la protección de algunos amigos bosnios que dominaban ahora la
resistencia de la ciudad. Mientras tanto, Admira estudiaba, se querían, e
ilusionaban con que la guerra pronto acabase y podrían tener hijos formando una
familia.
Sin embargo,
luego de la huida de su madre, con amigos serbios que se habían pasado al bando
que asediaba la ciudad, cortando los suministros de agua, energía y alimentos,
y con algunas denuncias de ser colaboracionista con el VRS (ejército de los
bosnios serbios), Bosko tenía que irse. Ambos decidieron huir juntos de
Sarajevo. Admira, pese a los consejos de sus padres por el riesgo que correría
viviendo del otro lado, estaba decidida a seguir a Bosko. El amor, para ellos,
era más fuerte que el odio y que la muerte.
"Aún queda gente que sigue sin entender la grandeza de su
muerte", diría tiempo después Zijah Ismic, el padre de Admira. "Bosko
permaneció en Sarajevo por amor y ella quiso devolverle su cariño huyendo
juntos a zona serbia".
Todo se planeó
a través de un amigo musulmán de la familia de Bosko, quien encabezaba la
resistencia bosnia en la ciudad y solía intercambiar prisioneros con el VRS.
Saldrían por el puente Vrbanja, el 19 de mayo por la tarde. Habría un alto al
fuego y los dejarían pasar sin que dispararan los francotiradores de ambos lados.
No podía haber confusión ni riesgo. Todo estaba acordado en un salvoconducto
oral entre enemigos. Se despidieron de los padres de Admira y de la abuela.
Cargaron dos mochilas hasta con alguna ropa de invierno, cuando estaban
entrando en verano. Tal era la confianza de cruzar ilesos del otro lado. Admira
le escribió una postrera carta a su madre, recordándole su amor y pidiéndole
que cuidara en su ausencia del gato. Y así, vestidos con jeans y zapatillas
partieron con la esperanza puesta en una vida mejor, juntos, amándose por
encima de aquella guerra sin sentido que había puesto a amigos y vecinos, unos
contra otros.
Llegaron hasta
el puente y cuando lo estaban por cruzar, mirando las aguas del río que corrían
hacia el verano que se avecinaba, sintieron en carne propia los disparos. ¿De
dónde? ¿Por qué? Bosko no encontró respuestas en su fuerte caída e inmediata
muerte. Admira, segundos después, tomándose el pecho y arrastrándose hasta el
cuerpo de su amado, habrá pensado que la guerra enceguecida por la sangre no
podía permitir ese acto tan puro del amor. Tenía que convertirse sólo en un
triste recuerdo y utopía. Porque el odio estaba sediento de venganzas ancestrales
inexplicables y, por lo tanto, los corazones deberían detenerse en el tiempo,
sobre el puente, riéndose de la posibilidad de amar en medio de semejante
conflicto, en la hoy capital de la República de Bosnia-Herzegovina. Sarajevo, el “palacio del Gobernador”, según
la etimología turca; la “Jerusalén de Europa”, según fuera llamada por la
convivencia entre etnias y religiones; no podía darse ese lujo del amor. Al contrario,
debía este puente, recordar la historia del cercano “puente Latino” donde dio
comienzo la Primera Guerra Mundial, cuando los fanáticos del nacionalismo
serbio atacaron al heredero del trono austro-húngaro, el archiduque Francisco
Fernando.
Pero los
cuerpos, desafiando la historia, permanecieron tendidos sobre el puente entrelazados,
formando como un “V” de la victoria sobre una muerte, sinsentido y
descabellada. Ocho días después, de noche, los serbios los retiraron hasta su
zona de influencia y allá le dieron sepultura, en una tumba común, frente a la
madre de Bosko. Tres años después, gracias a los acuerdos de paz de Dayton que
le dieron forma a la República, uniendo la Federación de Bosnia y Herzegovina (de
mayoría bosnio musulmana) con la República Srpaska (de mayoría serbio bosnia),
los restos de ambos fueron trasladados al cementerio León de Sarajevo, donde
hoy descansan. Sobre la tumba, colocaron un corazón de piedra con los rostros
de ambos.
Esta historia de
amor tuvo muchas repercusiones, que se convirtieron en libros, canciones, obras
de teatro y documentales. Algunos la llamaron: “Romeo y Julieta de los
Balcanes”, no por el odio que existiera entre sus familias, porque no lo había,
sino por aquella semejanza con los capuletos y montescos, entre serbios
ortodoxos y bosnios musulmanes. Sin embargo, para otros, serán siempre: “Bosko
y Admira, los dos amantes que huyeron de la guerra hacia la vida eterna, por el
puente de la esperanza”.
En junio de
2015, cuando el Papa Francisco hizo una visita relámpago de un día a Sarajevo,
recorrió el “Corredor de los Francotiradores” junto al río Miljacka, yendo en
camino hacia el Palacio Presidencial. Dicen que la comitiva se detuvo frente a
la iglesia de San José y al puente Vrbanja. Al mirar hacia el puente, le
refirieron al Papa brevemente la historia de Bosko y Admira, muertos allí por
amor. Minutos después, el Papa exclamaría frente a las autoridades de la
Nación, refiriéndose a Sarajevo como la “Jerusalén de Europa”, encrucijada de
culturas, naciones y religiones, que era necesario que “se construyan siempre
nuevos puentes y que se sane y restaure los ya existentes”.