Parece
mentira, pero todavía se discute en nuestro país si hay que “repartir
pescado o enseñar a pescar”, para solucionar el tema de la pobreza. Los
planes sociales sin contraprestación alguna son un buen ejemplo de que
el debate no está concluido, por más tarjetas de plástico que se
instrumenten. El meollo de la cuestión pasa básicamente por la
intencionalidad política y es esta la que debe ser modificada, pero
claro, es difícil pedirle peras al olmo, porque la clase política
prioriza el beneficio personal y no el servicio a la comunidad. Los
políticos construyen poder con la pobreza y la ayuda social se convierte
en herramienta básica para armar el supuesto soporte de
representatividad. Punteros, funcionarios, intendentes, gobernadores y
presidentes reparten auxilio a su buen saber y entender, siempre
pensando en la conveniencia política: un voto en la próxima elección,
la formación de la clac necesaria para organizar un acto, asegurarse un
abrazo para la foto, o disponer de huestes callejeras a su antojo. En
este juego de dádivas, pareciera que nadie se acuerda del hombre y de
las consecuencias nefastas de tal accionar.
Al hombre hay
que promoverlo en su condición humana y eso se logra básicamente
mediante la educación y el trabajo. Desde que el hombre es hombre,
nadie ha encontrado una mejor respuesta. Saber, conocer, aprender y
poder aplicar ese conocimiento, sea en lo que sea, es lo que le permite
trascender y reafirmar su condición humana. Así lo han entendido las
sociedades pujantes que a lo largo de la historia han logrado amalgamar
una cultura del esfuerzo. Porque cuando se asiste a un hombre sano sin
exigir nada a cambio, normalmente se lo termina convirtiendo en
dependiente de dicha asistencia. Y la dependencia de este tipo, lo
termina esclavizando, convirtiéndolo en un rehén de aquél que lo
asiste. El hombre sin trabajo queda anulado, marginado y excluido de la
sociedad, convirtiéndose en un paria con los riesgos que esto acarrea y
perdiendo su libertad.
Cómo generar
empleo global es harina de otro costal y bien vale para otra reflexión.
Lo que importa es que los recursos que hoy se utilizan para la
asistencia social estén encaminados hacia la promoción del hombre,
generando a la vez, perspectivas de salida de la pobreza y
contribuyendo a la cultura del esfuerzo. Ejemplos sobran. Si hace falta
vivienda y se cuenta con recursos para la compra de materiales, los
beneficiarios de los planes sociales debieran ser quienes las
construyan. Los trabajos comunitarios de todo tipo, son la base de un
esquema de promoción social y esto lo saben bien las ONG en base a la
experiencia aplicada. Por el contrario, la dádiva, cuando no se trata
de casos de excepción (incapacidad, ancianidad, etc...), es el camino
que lleva a la destrucción social fomentando la pereza y con ella la
desvalorización del ser humano.
El mejor
ejemplo de asistencialismo vacío, han sido y aún lo son, los planes
para “jefes y jefas de hogar”, no sólo por la forma en que fueron
repartidos (los escándalos al respecto son bien conocidos), sino por los
efectos que produjeron al alimentar la formación del movimiento
piquetero, sean estos “duros” (que reclaman más planes) o “blandos”
(que manejan miles de ellos).