Muchas dudas y controversias generó
la estancia de San Pedro en Roma y la existencia de su tumba en el
Vaticano. Es que cuestionando esto, se ponía en duda la cathedra
(asiento) de Pedro en la ciudad, el primado del Papa entre sus pares y
la primacía de la iglesia de Roma sobre las demás. Sin embargo, diversos
documentos, la tradición y el sensus fidei (sentido de la fe) del
pueblo de Dios, sostuvieron a lo largo de los siglos un misterio que,
finalmente, fue develado por los descubrimientos arqueológicos y
anunciado hace exacta-mente cuatro décadas por el Papa Paulo VI.
Veamos. Pedro, luego de ser crucificado, fue
enterrado secretamente en el cementerio pagano ubicado junto al circo de
Nerón, sobre la colina del monte Vaticano. Para identificar su tumba,
colocaron encima una laja de piedra, sin nombre ni fecha. Más tarde, al
disminuir las persecuciones, levantaron en su honor un Tropaion
(monumento con que los antiguos griegos celebraban una victoria,
consistente en dos nichos separados por una laja apoyada sobre dos
columnas de mármol), que se convirtió en meta de los peregrinos y sirvió
como altar, según los testimonios conocidos que se inician con el del
presbítero romano Gayo (siglo II).
Para proteger el Tropaion de los movimientos de
tierra que se producían en la ladera de la colina, levantaron un muro
detrás que, por el color del estuco, se conoce como muro rosso. Años más
tarde, para proteger y sostener este muro, construyeron otro en forma
perpendicular que fue llamado muro G (por la cantidad de grafittis
escritos en su superficie). Al mismo tiempo, por temor a las
inundaciones, sacaron los restos del apóstol que estaban bajo tierra y
los colocaron dentro de una cavidad en el muro G, la que cerraron con un
trozo de mármol, colocando una inscripción donde este muro se unía con
el muro rosso, que decía: “Pedro está aquí dentro”.
El emperador Constantino (silgo IV), mandó cubrir
con tierra el cementerio y levantó sobre él la Basílica en honor a san
Pedro. Encima del Tropaion construyó un monumento de mármol en forma de
cubo, sostenido por columnas. Debajo de este, se abrió una pequeña
ventana, conocida como nicho de los Palios. Posteriormente, sobre el
monumento de Constantino, se levantaron los altares de Gregorio Magno
(siglo VI) y de Calixto II (siglo XII).
En 1506, Julio II derribó la Basílica de
Constantino e inició la construcción de la que existe hoy (terminada en
1626), pero conservando el altar de Calixto II, sobre el que Clemente
VIII levantó uno nuevo. Este altar, que se destaca por el maravilloso
baldaquino de Bernini, es mundialmente conocido como “el altar de la
confesión” (en referencia a la confesión de Pedro: “Tú eres el Hijo de
Dios vivo”).
Hasta aquí los hechos. Sin embargo, pese a que
2000 años de tradición ubicaban la tumba de Pedro bajo esa sucesión de
altares y piedras, con el paso del tiempo, las dudas fueron cobrando
envergadura y despertando sospechas entre los detractores de la Iglesia y
el Papado. ¿Estaba o no la tumba allí? ¿Había restos del cuerpo del
apóstol? (como si luego de 19 siglos los huesos debieran mantenerse
intactos).
En 1940, Pío XII mandó agrandar y bajar el piso de
las llamadas “Grutas Vaticanas”, para poder colocar el sarcófago de Pío
XI. Mientras realizaban estos trabajos, el piso cedió y se halló la
necrópolis pagana ubicada debajo del nivel de las Grutas (que era el
piso de la basílica de Constantino). Esto llevó a la búsqueda de la
tumba de Pedro y de sus restos, que duró casi diez años.
En el cementerio, se descubrieron diversos
mausoleos con referencias cristianas y el antiguo Tropaion dedicado al
apóstol. El sitio frente a este monumento, fue identificado como campo P
(por Pedro) y en él se buscaron los restos, pero todos los huesos que
encontraron no correspondían al siglo I. Durante las excavaciones, se
cayó el trozo de mármol que tapaba la cavidad sobre el muro G,
descubriéndose allí restos óseos dentro de un manto púrpura, pero no se
les atribuyó importancia pues estaban fuera del mencionado campo P,
sujeto a la investigación, i bien fueron guardados en una caja de
madera.
En agosto de 1949, el Papa declaró: “La tumba del
príncipe de los apóstoles ha sido realmente encontrada”. Y agregó: “Al
costado de la tumba, restos de huesos humanos fueron descubiertos. No
obstante, es imposible probar con certeza que los mismos correspondan al
cuerpo del apóstol”. Hasta que, en 1952, aparece en escena Margarita
Guarducci y gracias a ella, los huesos de Pedro fueron finalmente
hallados.
Margarita era arqueóloga y epigrafista, experta en
inscripciones griegas. Pidió permiso a Pío XII para analizar los
grafittis de la necrópolis y de la tumba del santo. En el mausoleo de
Valerio descifró la siguiente inscripción: “Pedro, ruega a Cristo Jesús
por los santos fieles cristianos sepultados cerca de tu cuerpo”. Más
tarde, sobre el muro G, entre varios signos e inscripciones, descubrió
la exclamación: “Cristo, María, Pedro, vencen”. Posteriormente, dio con
el pedazo de estuco que alguien había sustraído del muro rosso y que
decía: “Pedro está aquí dentro”. Todo era concordante, pero faltaban los
huesos.
Finalmente, hablando con obreros que habían
trabajado durante el período de las excavaciones, dio con la caja de
madera donde se encontraban los restos óseos hallados en la cavidad del
muro G. Una vez analizados, se llegó a la conclusión de que
correspondían a los de un hombre robusto, de edad avanzada, que había
muerto en el siglo I y que originalmente habían estado enterrados en el
campo P (por los restos coincidentes de tierra). La envoltura de los
restos dentro de una capa púrpura, con bordados en oro, correspondía al
tratamiento que se daba a personas muy importantes.
Así, el 26 de junio de 1968, Paulo VI declaró al
mundo: “La reliquias de san Pedro fueron identificadas en una forma
convincente, lo que no elude la polémica y discusión. Tenemos razones
suficientes para afirmar que se tratan, aunque pocos (casi la mitad,
vale aclarar), de los sagrados restos naturales del príncipe de los
apóstoles”.
Vida y obra del primer Papa
De negar tres veces a Jesús a ser su gran vicario y mártir.
Según la
tradición, Pedro murió crucificado boca abajo porque, cuando llegó el
momento de su ejecución, no quiso hacerlo como Jesús: “No soy digno de
morir como el Señor”.
Pedro debió nacer entre el año cinco y ocho A.C,
en Betsaida, una aldea ubicada sobre la ribera oriental del río Jordán y
luego vivió en Cafarnaún. Dueño de una barca y con permiso de pesca,
recibió el llamado mientras echaba las redes. Junto con Santiago y Juan
formó parte del pequeño grupo de los tres discípulos más próximos a
Jesús.
Reconoció a su Maestro como Hijo de Dios en
Cesarea de Filipo, presenció su transfiguración en el monte Tabor,
prometió entregar su vida por él en el Cenáculo, pero terminó negándolo
tres veces.
Tras la muerte de Jesús, se convirtió en el líder
del grupo –fue el primer Papa-, realizó milagros en su nombre y fue
arrestado en Jerusalén. Estuvo en Lida, en Jope, en Cesarea y Antioquia.
Se cree que también predicó en el Ponto, Capadocia, Galacia y Bitinia.
Luego del Primer Concilio de Jerusalén (año 48/50
D.C), y de las diferencias con Pablo en Antioquia, Pedro se habría
trasladado a Roma, pasando por Corinto, donde -según muchos exegetas-
relató a san Marcos la vida de Jesús.
En el año 64 D.C Nerón incendió Roma y echó la
culpa a los cristianos, comenzando una feroz persecución. Pedro y Pablo
sostuvieron a la comunidad ante semejante prueba. Finalmente, fueron
detenidos.
Se calcula que Pedro murió entre el año 64 y 67
D.C en el circo construido por Calígula y terminado por Nerón sobre la
colina del monte Vaticano.