El martirio de Andrea Santoro, el
sacerdote que impulsaba el diálogo interreligioso y que fue asesinado
por un fanático fundamentalista en Turquía, en 2006, le inspiró a
Jesús María Silveyra su más reciente libro, Diálogo con el islam. Allí
sostiene que, pese a los fanatismos, hay avances en el diálogo entre
cristianos, judíos y musulmanes, y que el entendimiento es posible.
Pero en el plano político
local, advierte que ?las relaciones entre el Estado y la Iglesia pasan
por uno de los peores momentos que se recuerden?. Y lo atribuye al
?fanatismo de quienes nos gobiernan, que tienen su corazón cerrado a
toda posibilidad de diálogo?.
?Lo peligroso de ese fanatismo
en el terreno ideológico es que se transforme en un autoritarismo
político que convierta el sistema republicano federal en una parodia?,
afirmó en una entrevista con LA NACION. Silveyra, de 54 años, señala como hecho positivo que el país no enfrente mayores conflictos religiosos.
Toda la obra literaria de Silveyra
aborda la experiencia religiosa. ?Mi mensaje no es otra cosa que mi
propia búsqueda de Dios. Si en algo puedo motivar al lector en la
suya, bienvenido sea?, dice este licenciado en administración de
empresas, porteño, volcado desde hace muchos años a publicar libros de
fuerte valor testimonial y a colaborar con distintos medios de
comunicación.
Silveyra se graduó en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en 1976. Por las temáticas que aborda, Silveyra dice considerarse un escritor a contramano de los tiempos. Es autor de Pedro, la historia jamás contada , Los mártires de Argelia , Los apóstoles y Confesiones de un peregrino a Medjugorje, entre otros libros. R econoce que escribir es su manera de construir, desde el catolicismo, puentes de comprensión, de diálogo y de solidaridad.
-Su reciente
investigación sobre el asesinato del sacerdote italiano Andrea
Santoro, ¿le permite pensar que es posible el diálogo con el islam?
-Todo diálogo es posible, más
allá de los resultados que puedan obtenerse. Quisiera repetir, en este
sentido, los dichos de Andrea Santoro: «Diálogo y convivencia no se
dan cuando se está de acuerdo con las ideas y las elecciones ajenas,
sino cuando se les deja lugar junto a las propias y cuando se
intercambia como don el propio patrimonio espiritual».
-¿Cuáles serían los elementos indispensables de un diálogo sincero entre Oriente y Occidente?
-Primero, tener voluntad de
dialogar, estar abiertos a la posibilidad de encontrar algún fruto en
el otro. Después, sentarse juntos en torno de una mesa. Después,
intercambiar identidades, buscando más lo que nos une que lo que nos
separa, y tratar de potenciar la unidad.
-¿Qué impresiones recogió usted en su viaje tras los pasos del martirio del padre Andrea Santoro?
-Mis impresiones fueron
variadas, y hasta contradictorias, sobre la relación entre
cristianismo e islamismo, porque tuve experiencias de tolerancia y de
amor, y también de temor y rechazo. Pero los frutos, que son lo que
cuenta, fueron alentadores y consolidaron mi fe en el diálogo
interreligioso.
-¿Es realmente posible la convivencia entre hombres de religión distinta?
-Claro que sí, cuando se vive
lo profundo de la fe de cada uno, sin temor al otro. Yo, siendo
católico, cuando escucho el llamado a la oración de los musulmanes me
emociono profundamente. Creo que el espíritu de Dios está presente en
tales llamados. "Vengan a mí, vuelvan a mí", nos dicen. Lo mismo me
ocurre cuando escucho el Shemá Israel.
-¿Por dónde sería posible, a su entender, la reconciliación entre las tres grandes religiones monoteístas?
-Hablando como católico, creo
que con el judaísmo se han dado grandes pasos en los últimos tiempos.
El hecho de reconocer a los judíos como nuestros hermanos mayores en
la fe ha sido significativo, pese a las diferencias que son evidentes
en torno de la figura mesiánica y divina de Jesús. En el caso de las
relaciones con el islam, se van dando también pasos importantes. Por
ejemplo, mucho se ha criticado al papa Benedicto XVI por su discurso
de Ratisbona, pero a partir de aquellas desavenencias se produjeron
dos hechos fundamentales: el pronunciamiento de un grupo de líderes
islámicos en contra de la violencia y la visita del Papa a la Mezquita
Azul, donde oró con el mufti de Estambul. Los puentes para acelerar
el acercamiento entre catolicismo e islam son el misterio de la Virgen
María y el atributo divino de la misericordia, que ambos compartimos.
-Hay quienes, como la
periodista Oriana Fallaci, han hablado del filoislamismo de Occidente,
del paralelismo entre la Europa de 1938 y la "Eurabia" de hoy y de un
nuevo nazi-fascismo, que avanzaría vestido de "nazi-islamismo".
¿Coincide?
-Yo creo que más que pensar en
eso, Europa debería mirarse a sí misma y analizar por qué razón avanza
el islam en su interior. La falta de reconocimiento de las raíces
cristianas en su Constitución, la baja tasa de natalidad en pos de una
mayor satisfacción individual, la destrucción de la familia nuclear y
el aparente triunfo del racionalismo sobre toda posibilidad de fe o
creencia pueden ser algunas de las razones.
-¿En qué estado está hoy el diálogo interreligioso?
-Se está trabajando mucho. En
el caso particular de la Iglesia Católica, no sólo por parte del
Vaticano, sino de muchos movimientos, como San Egidio, los focolares y
otros. El hecho de que hoy nos preocupe la situación de los budistas
en el Tíbet no es sólo fruto de la globalización, sino de que en el
sufrimiento de ellos vemos reflejada la situación de los católicos en
China. Ellos continúan siendo perseguidos por un régimen que, pese al
progreso económico obtenido, no deja de ser autoritario.
-¿Cuál es el principal camino para enseñar la convivencia y el pluralismo?
-El camino está, en primer
lugar, en el seno de la familia, entre padres e hijos. El camino, sin
duda, debe pasar por tener una cierta dosis de humildad. Humildad
entendida por hacerse humus, tierra, igualarse con el otro.
-¿Cómo superó la Iglesia Católica el fanatismo de los tiempos de Giordano Bruno o de la Inquisición?
-El papa Juan Pablo II pidió
perdón por los errores del pasado y dio muestras de una humildad que
nunca debió haber perdido la Iglesia. En el "no he venido a ser
servido, sino a servir", del mensaje de Cristo, o, en el "se sube
bajando" de la propuesta de San Benito, o en el "Cristo no se bajó de
la cruz", del propio Karol Wojtyla en sus últimos años de vejez e
impotencia física, siempre hubo ejemplos para evitar permanecer en
posiciones extremas.
-¿Cómo deben ser las relaciones entre la Iglesia y el Estado?
- Para mí,
debe haber una clara separación entre la Iglesia y el Estado, sin que
esto implique desconocer las raíces de la cultura de un país. Sin
adentrarme demasiado en el tema político, pienso que las relaciones en
la Argentina entre Estado e Iglesia pasan por uno de los peores
momentos que se recuerden, debido al fanatismo de quienes nos
gobiernan, que tienen su corazón cerrado a toda posibilidad de diálogo
y de intercambio de dones con los otros. Lo peligroso de este
fanatismo en el terreno ideológico es que se transforme en un
autoritarismo político que convierta el sistema representativo
republicano federal en una parodia.
-¿Coincide con quienes
consideran que la Argentina, aún hoy, es un ejemplo de convivencia
interreligiosa y de diálogo entre las religiones?
-Sí, sin duda la Argentina es
un ejemplo, pero, a decir verdad, no enfrenta mayores conflictos
religiosos. No es lo mismo vivir en la Argentina, donde hace unos años
se permitió instalar una mezquita financiada por Arabia Saudita, en
Palermo, que vivir en Arabia Saudita, donde no se permite levantar
iglesias católicas ni mostrar públicamente una cruz.
-¿Cree que somos un modelo para imitar?
-El espíritu de convivencia
viene de los tiempos en que se recibieron las grandes corrientes
inmigratorias y puede contribuir al diálogo nacional en otros
terrenos, en los que los argentinos parecemos irreconciliables. Si ese
mismo espíritu de diálogo se transportara al mundo de la política, tal
vez podríamos llegar a ponernos de acuerdo con cuatro o cinco grandes
lineamientos de estrategia nacional, sobre los que cimientan las
bases de un mejor porvenir.