Cuando a mediados del mes de julio, el Senado de la
Nación (en una elección reñida y al menos sospechosa por la cantidad de
ausentes y los votos que cambiaron de lado a último momento) aprobó la
llamada ley de “matrimonio civil entre homosexuales, bisexuales y
travestidos”, muchos de los católicos nos sentimos decepcionados por el
mal manejo llevado a cabo por sectores de la Iglesia para oponerse a la
sanción de dicha Ley. En mi caso personal, era partidario de un llamado a
“consulta popular”, pero no todos los que trabajaron en este tema
representando a la Iglesia estaban de acuerdo con esa estrategia, ya que
creían contar con los votos suficientes como para frenar el tema en el
Congreso. Que la consulta popular hubiera arrojado un tremendo fracaso
del proyecto, no me caben dudas, ya que a la fecha no deben llegar a 200
las parejas de homosexuales que accedieron a esta insólita figura en
los registros civiles (o sea, unas 400 personas). Como ejemplo, podría
tomarse el de España en la que en 6 años de vigencia de la figura, se ha
beneficiado sólo a unas 25.000 personas de 47 millones de habitantes
(representan apenas el 5 cada diez mil). Todo esto habla a las claras
del poder ejercido por una minoría bien organizada y con mucho lobby en
los medios de comunicación y dentro de la clase política, para obtener
la sanción de leyes contrarias a los deseos de las grandes mayorías.
Como ahora, similares minorías están proponiendo y
quieren avanzar en el tema de la legalización del aborto (ya se hizo en
la España de Zapatero que parece ser la fuente inspiratoria de América
Latina), no debemos, ni podemos caer en los mismos errores de
estrategia. Se me ocurren tres bases para la acción, abiertas a muchas
otras. En primer lugar no debemos mezclar los temas biológicos con los
religiosos. Debemos probar que el niño concebido, desde el instante de
su concepción es una vida, con derecho a vivir, más allá de que seamos
creyentes de cualquier religión o no creyentes. En segundo lugar, en el
caso de los creyentes debemos intentar actuar todos en forma
mancomunada, convocando a una mesa de diálogo interreligioso para sentar
una posición común sobre el tema. En tercer lugar, los católicos en
particular, deberíamos tomar como ejemplo y, quizá, como propuesta, el
lema de la madre Teresa de Calcuta: “No los maten. Entréguenos los
niños”. Y hacernos cargo de la organización de un sistema temporal de
tenencia en hogares de tránsito y posterior cesión en adopción, en un
todo de acuerdo con un marco legal apropiado. En una palabra, hay que
trabajar en distintos frentes, en forma pacífica pero sin
claudicaciones. En el caso de la jerarquía de la Iglesia católica,
debería convocar a un conjunto de especialistas y fieles representativos
de la diversidad de carismas que hay en su seno, para obtener la mayor
cantidad de opiniones y enriquecer la estrategia a adoptar.