La violencia propagada en nombre de la fe |
11/01/2015 - diario Clarín |
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Islam, se traduce como la “sumisión del hombre a Dios”, pero también implica la “salvación del hombre”. Esta religión (la segunda en número de fieles luego del cristianismo), se inicia con la prédica del profeta Mahoma en el año 622 de nuestra era, cerca de La Meca (Arabia Saudita), enfrentando el politeísmo que profesaban muchas tribus del desierto. El año y el lugar, marcan y condicionan el hecho histórico.
En una palabra, judaísmo y cristianismo preceden en el espacio y el tiempo al Islam y tienen influencia no sólo sobre el texto del Corán (libro sagrado escrito en base a las revelaciones que recibió Mahoma), sino también, sobre las prácticas religiosas de los musulmanes (ayuno, oración, limosna, peregrinación y profesión de fe). Así, el Islam, religión monoteísta y abrahámica como las precedentes, reconoce a muchos patriarcas y profetas del Antiguo y Nuevo Testamento, señalando que Mahoma es el último de los profetas con el que se cierra la revelación de Dios. Pretender, por consiguiente, eliminar la presencia de judíos y cristianos en Medio Oriente, sería como negar toda la historia de la salvación que se inicia con los relatos del Génesis, sigue con el diluvio y el arca de Noé, continúa con la descendencia de Sem hasta la partida de Abraham, para ramificarse luego en la historia de sus hijos Ismael e Isaac, que devendrán en el pueblo árabe y judío. La presencia del judaísmo y el cristianismo está inscripta en Medio Oriente, no sólo con las palabras que emanan de la Torá o la Biblia, sino con la sangre derramada por tantos mártires de la fe, incluyendo al mismo Jesús (Isa para los musulmanes).
Tal vez, por estos simples y claros motivos, durante su reciente visita a Turquía, el Papa Francisco, junto al patriarca ortodoxo Bartolomé I, decían: “No podemos resignarnos a un Oriente Medio sin cristianos, que han profesado el nombre de Jesús allí durante dos mil años”.
Sin embargo, en las tierras que recorrió Abraham (Irak y Siria) y donde predicaron algunos apóstoles de Jesús, el llamado “Estado Islámico” (ISIS, en sus siglas en inglés), pretende acabar no sólo con la fe, sino con la vida de miles de cristianos y jazidíes, buscando imponer un régimen integrista islámico, primero en la zona, luego en todos los países musulmanes (la umma) y más tarde en el mundo. Lo llaman el “califato del Estado Islámico”. El lema para los “infieles” es: “o se convierten al Islam, o se van, o los matamos”. Y todo apelando al nombre de Dios y a la práctica de la jihad. Estos ex miembros de Al-Qaeda, han congregado a fundamentalistas de todo el mundo, que parecen desconocer la práctica de la Jihad mayor (el esfuerzo o combate espiritual individual), y sincretizan el sentido de la jihad menor, entendiéndola sólo como “guerra santa”.
En esto de la jihad menor, y a la luz de los tiempos que se viven, en comparación con aquellos en los que se propagó el Islam más allá de los pueblos árabes (entre turcos, persas, egipcios, las tribus del Magreb, etc...), es cierto que aún existen múltiples interpretaciones, desde las más violentas a las más pacíficas. En el caso de ISIS, la jihad tiene el significado extremo de querer propagar e imponer el Islam por la fuerza. Un ejemplo de la aplicación de la Jihad con fines terroristas rayanos en la locura, es lo que acaba de suceder en París con la masacre de Charlie Hebdo. Justificándose en la aparición de unas caricaturas satíricas sobre el Profeta, se termina asesinando en el “nombre de Dios”, en supuesta defensa del Islam, es decir, de la Salvación.
El Papa Francisco dijo en su reciente gira a Turquía: “Es preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto de la vida humana y de la libertad religiosa”. Y expresó en su viaje de regreso a Roma: “Los líderes académicos, religiosos, intelectuales y políticos del Islam deben condenar claramente el terrorismo fundamentalista. Tenemos la necesidad de una condena mundial por parte del Islam que diga: ¡No, el Corán no es esto!”. A fines de noviembre, los líderes de las comunidades cristianas, musulmanas y de otras religiones de Irak, Siria y Medio Oriente, en un encuentro realizado en Viena, denunciaron la violencia en nombre de la religión. Llegará el día en que todos los creyentes convivamos en paz, exista reciprocidad en el diálogo y todos exclamen a viva voz que el Dios de la salvación no puede ser que exija sumisión para el exterminio.
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