Confieso que soy uno más de los
indignados que andan por el mundo protestando. Claro que, como argentino, yo no
protesto por la recesión, ni la falta de trabajo, como sucede por ejemplo en las
plazas de España o los Estados Unidos, sino por la estrepitosa caída de los valores
en nuestra sociedad, como si los estuviera fagocitando el consumo y la
billetera, merced a cierta bonanza económica que han traído de la mano los
precios de la soja, los fondos de los jubilados y el empuje de Brasil. Hasta
ahora, estaba el dicho popular: “billetera mata galán”, para indicar que es más
importante el dinero que la belleza estética de una persona a la hora de la
conquista romántica. Pero, a la luz de los resultados electorales de las
primarias y de las encuestas sobre lo que puede pasar el 23, pareciera que
debiéramos incorporar este otro dicho a nuestro acervo cultural: “billetera
mata valores”, indicando que para la gente es más importante el dinero o, si se
quiere, el consumo coyuntural, que la defensa de ciertos valores que debieran
ser estables (muchos de ellos constitucionales), tales como: la transparencia,
la justicia, la verdad, la memoria, la seguridad, los derechos humanos y la
libertad, para nombrar sólo algunos que el kirchnerismo ha manoseado y
tergiversado durante sus ocho años de Gobierno.
Es que pareciera que el Gobierno
y la señora Presidenta, estuvieran “blindados” ante todo lo que ocurre en el
país y que ningún escándalo público los afectara porque, según muchos
encuestadores, “la gente prioriza, ante todo, el buen momento económico que se
vive”, aunque también están los que dicen (como es mi caso) que la culpa es de
la oposición, porque no ha sabido
elaborar una propuesta de unidad
superadora. Pero lo cierto es que si uno analiza brevemente la posición del
actual Gobierno frente a ciertos aspectos de los mencionados valores, no puede
dejar de asombrarse ante la actitud pasiva de la mitad de la población
argentina, quienes, supuestamente, votarán a favor del Gobierno en unos días.
La transparencia en los actos de
Gobierno ha sido reemplazada por la impunidad, como ha podido comprobarse desde
el más lejano escándalo en el manejo de los llamados “Fondos de Santa Cruz”, hasta
el más cercano de los “Fondos de las Madres de Plaza de Mayo”, sin que nadie
haya sido condenado. La Justicia, ha perdido su equilibrio, porque no se juzga
con la misma vara a los amigos que a los “enemigos”, ni se da el ejemplo cuando
en el Tribunal Mayor, uno de sus miembros alquila propiedades a quienes ejercen
la prostitución. La verdad está ausente, cuando todo el mundo sabe que el
Gobierno miente con las cifras que emite el INDEC, no sólo sobre inflación,
sino sobre marginalidad y pobreza. Y lo peor de todo, es que el Gobierno acepta
su propia mentira, al convalidar aumentos salariales en base a los índices de consultores
privados que, a la vez, son perseguidos por jueces adictos. La memoria es
pisoteada por el utópico afán de introducir de prepo en la historia nacional al
kirchnerismo, vapuleando al ilustre Sarmiento por aquello de “civilización o
barbarie” o al general Roca, por un supuesto genocidio de indios que nunca
existió. Todo para que la figura de Néstor o de algún “rebelde” histórico, reemplace
bustos y estatuas de las plazas o imágenes en los billetes. En ese proceso de
distorsión de la memoria (al mejor estilo de los aztecas que quemaron los
códices antiguos de los otros pueblos mesoamericanos), lo está también la
visión sesgada y parcial de lo ocurrido en la década de los setenta. En ese
proceso caen también los derechos humanos, que el ideologismo gobernante los
plantea únicamente ligados al dolor de las madres de hijos desaparecidos o
muertos por la represión militar y no también al de las madres que pierden
todos los días a sus hijos producto de la inseguridad callejera que el Gobierno
se niega a combatir, no sea cosa que los tilden de represores y los jueces
“garantistas” pongan el grito en el cielo porque en lugar de proteger los
derechos de delincuentes y narcotraficantes hayan osado hacerlo con los de la
gente. Y qué decir de las afrentas continuas que se hace a la libertad, no sólo
a la de comerciar y ejercer toda industria lícita sin la prepotencia de los excesivos
controles e impuestos que impone el Estado, sino a la de expresar las ideas sin
censura previa, a través del permanente ataque a los medios independientes, en
una suerte de reflotamiento de aquella visión setentista de “liberación o
dependencia”.
Concluyendo, pareciera que la
inflación, la pobreza, la inseguridad, la corrupción y la impunidad no afectan
a esa mitad de argentinos que piensan ratificar al Gobierno, ya que le darán
prioridad al sistema de “Planes para Todos” que ha beneficiado a muchos con
futbol gratis, plasmas al alcance de la mano, subsidios en las tarifas del
transporte y los servicios, jubilaciones a los que nunca aportaron y planes de
ayuda al que no trabaja ni se esfuerza. A ellos, se sumarán, entre otros, la
legión de furiosos consumistas que han vuelto al deme dos en Miami; los
empresarios que dicen “mejor malo conocido que bueno por conocer” y aplauden
desde la UIA todo lo que haga Cristina; los seudo-intelectuales de una Carta
Abierta que parece cerrada a la razón y la lógica; los jóvenes de La Cámpora
beneficiados con suculentos sueldos en el Estado; las defensoras de los
derechos humanos que reciben subsidios sin tener que rendir cuentas a nadie; los
sindicalistas asociados al poder que da el número de afiliados sin libertad
eleccionaria; los extranjeros ilegales que velozmente tienen su documento de
identidad, pueden votar y exigir viviendas; los ideólogos del bicentenario
dominado por el rencor y el resentimiento que conciben la historia argentina recién
a partir del 2003; o, simplemente, los corruptos prebendarios del capitalismo
de amigos.
Sí, seguramente todo ellos
intentarán confirmar el nuevo dicho de que “billetera mata valores”. Lo único
que espero, es que los del otro lado, los que nos resistimos a que el dinero
domine definitivamente la conciencia, como diría Mario Benedetti: en la calle,
codo a codo, seamos mucho más que dos.