La figura de Juan Pablo II ha sido inmensa y el tiempo
irá revelando distintos aspectos de la vida y el pensamiento de este
gran hombre que será beatificado pasado mañana, día que este año
coincide con la celebración de la Fiesta de la Divina Misericordia (el
primer domingo después de la Pascua). Y no es casualidad que el Vaticano
y su gran amigo, el papa Benedicto XVI, hayan elegido esta fiesta de la
Iglesia para la ceremonia de beatificación. Fiesta que por otra parte
fue instituida por el difunto Juan Pablo II para celebrar "el atributo
más grande de Dios", según le dijera el Señor en sus revelaciones a la
santa polaca María Faustina Kowalska. Fiesta en cuyas vísperas falleció
el querido Karol Wojtyla el 2 de abril de 2005, no por casualidad, sino,
a mi modesto entender, por gracia de Dios.
Hace nueve años, tuve la suerte de viajar a Polonia en
coincidencia con la última visita que el difunto Santo Padre realizó a
su país. Quería escribir un libro sobre esta devoción y los escritos de
sor María Faustina Kowalska y, paralelamente, aproveché para asistir a
las misas multitudinarias que celebró en Cracovia y sus alrededores,
donde todas las homilías estuvieron centradas en el gran misterio de la
misericordia de Dios. El Santo Padre no sólo había dedicado la segunda
encíclica de su pontificado a este tema ( Divies in Misericordia
), en la que meditaba sobre la parábola del hijo pródigo, sino que él
mismo había bregado por la causa de la beatificación y posterior
canonización de sor Faustina (la llamada "vidente del Jesús
Misericordioso"). Por esa razón, durante aquellos días en los que seguí
con fervor y asombro la despedida que realizaba a su tierra (el pueblo
le dispensó una muestra de amor inconmensurable, a tal punto que para la
segunda misa se congregaron tres millones de personas), me pregunté el
porqué de tal devoción en el Papa.
Una primera respuesta estaba ligada a su propia
juventud, cuando comenzó a hablarse en Polonia de Faustina y sus
escritos (la santa murió en 1938), en los que, si bien se destacaban
palabras proféticas sobre el futuro de dolor que le aguardaba a la
nación, una frase surgía como baluarte de esperanza para afrontar lo que
se avecinaba: "Jesús, en vos confío". Creo que, en este sentido, la
vida de Juan Pablo II estuvo apoyada sobre una confianza total en
Jesucristo, además de la que profesó públicamente en María con aquel Totus Tuus .
Un segundo aspecto estaba vinculado con la proximidad
física que tuvo con Santa Faustina, ya que el convento donde ella murió
quedaba en el camino que Karol Wojtyla recorría diariamente, durante la
ocupación alemana, para ir a trabajar a la planta de Solvay, por lo que
transitarlo era encontrarse diariamente con el recuerdo de aquel mensaje
recibido por la santa: "Proclama que la misericordia es el mayor
atributo de Dios".
Al cabo de unos días, descubrí que, en realidad, dicha
devoción estaba enraizada en el centro mismo de nuestra fe cristiana y
que su Santidad quería recordarnos constantemente que Dios es
fundamentalmente amor; que por amor a todos nosotros entregó a su propio
Hijo en la cruz; que, como mencionaba Faustina en su diario, la
misericordia estaba por encima de todo, incluso de la Justicia, y que
Cristo, con su pasión y muerte, había detenido la vara de la Justicia
para darle paso a la misericordia que se expresaba claramente en el
perdón.
"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen":
Jesucristo era la misericordia de Dios encarnada, el amor hecho don y
regalo para el hombre, el amor donado al entregar la vida por los otros.
De allí que se le apareciera a la santa con aquellos dos rayos
luminosos brotando de su corazón, diciéndole: "En la cruz, la fuente de
mi Misericordia fue abierta de par en par por la lanza para todas las
almas, no he excluido a ninguna". Curiosamente, aquellos rayos de color
rojo y blanco no sólo representaban la sangre y el agua salidas del
costado herido por la lanza sino que, a la vez, correspondían a los de
la bandera de Polonia.
"Dios es misericordioso y nosotros debemos actuar de
igual manera con nuestros semejantes", nos repetía Juan Pablo II aquella
vez, y su vocero, Joaquín Navarro Valls, recalcaba que ése era el
sentido pastoral del viaje más allá de las connotaciones emotivas. Al
escuchar al Papa, recordé que él mismo, luego del atentado que sufriera
el 13 de mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, se acercó a la cárcel
romana donde se encontraba el turco Mehmet Alí Agca (quien le disparó a
pocos metros de distancia) para perdonarlo. Ese acto, que llenó de
asombro al mundo entero, estaba totalmente ligado a la importancia que
Juan Pablo II le daba a la misericordia y a la necesidad de abrazar la
miseria del otro mediante el perdón. Fue ese recuerdo el que me dio la
respuesta final para entender el camino de imitación de Cristo que nos
proponía Juan Pablo II, más que con palabras con el propio obrar.
Teniendo en cuenta la necesidad de reconciliación,
diálogo y perdón que existen en tantos lugares del mundo y en la
Argentina en particular, sería bueno meditar en estos días sobre el
testimonio de este apóstol de la misericordia, que perdonó aun a quien
intentó asesinarlo.
Termino con este pensamiento expresado por Juan Pablo
II en aquella oportunidad en Polonia: "Ha llegado la hora de llevar el
mensaje de Cristo a todos; a los dirigentes y a los oprimidos, a todos
aquellos cuya humanidad parece perdida en el misterio de la iniquidad.
El mensaje de la Divina misericordia es capaz de llenar los corazones de
esperanza y pasar a convertirse en el fundamento de la nueva
civilización: la civilización del amor".
Es de esperar que en los próximos años el Vaticano
cumpla con aquel deseo de la multitud que se juntó en la Plaza de San
Pedro el día de su funeral y lo proclame: "¡Santo ya!".