La hora republicana |
26/11/2008 - Diario La Nueva Provincia, Bahía Blanca y diario Época, de Corrientes |
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Una de las enseñanzas que nos debe dejar el conflicto entre el campo y
el Gobierno (aún no resuelto), es que existe en el país una división
política que va mucho más allá de la que normalmente se conoce en otras
naciones como entre derechas e izquierdas, y es la que existe entre
republicanos y autócratas. Los primeros, creemos en la necesaria
división de poderes para el buen funcionamiento de un Gobierno, tal como
enuncia nuestra Constitución Nacional; los segundos, que podrían
definirse como seudo democráticos, creen en la necesidad de que el
Presidente, una vez que es elegido democrática-mente, concentre la suma
del poder público.
Si repasamos un poco la historia argentina nos
encontraremos que desde la época de nuestra emancipación nacional a la
fecha la situación no ha cambiado demasiado, con excepción de que en los
albores de la patria, los autócratas eran criollos de pura cepa, como
es el caso de Juan Manuel de Rosas; y hoy en día, provienen de la última
gran ola de inmigración, como es el caso de los Kirchner. En el medio,
el lector debería poner en un campo u otro, a todos los gobernantes que
hemos tenido, reservando un lugar especial para Juan Domingo Perón,
quien se movió desde el terreno autocrático de sus primeras dos
presidencias, a ser un poco más republicano en la última, motivo por el
cual, hoy encontramos un sector que aspira a valores republicanos dentro
del peronismo.
Por ello y dadas las características tan
particulares de nuestro sistema político, cuyos dos grandes partidos del
siglo XX nacieron como movimientos populares que trataron de aglutinar
derechas, centros e izquierdas; y teniendo en cuenta los fracasos en
conseguir la estabilidad política que permita una sana alternancia (los
últimos dos gobiernos radicales debieron irse del poder ante “puebladas”
organizadas por sus opositores), debemos aprovechar este momento para
reagruparnos con sinceridad entre republicanos y “seudo demócratas” y,
quizá, a partir de allí, puedan surgir nuevas formas y estructuras
políticas claramente definidas.
En el caso de quienes estamos del lado
republicano, tenemos que incluir dentro de nuestros objetivos, los de
profundizar la República a través de algunos mecanismos básicos que
deben complementarse. En primer lugar, mejorando la representatividad
legislativa a través de la eliminación de las listas sábanas, la
elección de los diputados por distrito y según la cantidad de
habitantes, eliminando el voto obligatorio y estableciendo un sistema de
sufragio electrónico con actualización del padrón electoral (propuestas
muy conocidas pero que los autócratas se han cuidado de entorpecer y
nunca poner en práctica para poder ganar las elecciones). En segundo
lugar, debemos impulsar una reforma jurídica que asegure la
independencia del Poder Judicial, mediante el replanteo de la
composición del Consejo de la Magistratura y la introducción de algunas
formas de elección de magistrados por vías más representativas,
desterrando para siempre la cooptación de los jueces por parte de los
autócratas que, en la práctica, evitan toda sanción presente de los
actos de corrupción pública y convierten al antiguo “juicio de
residencia” (una vez que los funcionarios dejan el cargo) en la
posibilidad remota de que existan premios y castigos que regulen el
comportamiento político. En tercer lugar, la implementación de un
auténtico federalismo, cimentado en el uso responsable de los recursos,
mediante la sanción de la tan postergada ley de coparticipación federal
que asegure un sano equilibrio entre representatividad y solidaridad
provincial, acompañada de una reforma impositiva que haga recaer tanto
el esfuerzo recaudatorio como su beneficio, en las provincias. Por
último, la eliminación de toda delegación de facultades que el Poder
Legislativo haya concedido al Ejecutivo, apelando a recurrentes leyes de
emergencia económica, que impiden el normal desenvolvimiento de la
República a partir de una división de poderes clara y efectiva.
En el caso de los que militan del lado “seudo o
neodemocrático”, sería bueno que abandonen las tendencias autocráticas y
se vuelvan definitivamente demócratas. Para ello, bastaría con que
asumieran que la democracia no se agota en el mero acto electoral, que
la convivencia social exige el respeto a la Constitución que rige la
misma y que para no caer en el unicato y el nepotismo, es conveniente
que repitan diariamente el artículo primero de nuestra Carta Magna,
donde se habla de que “la Nación Argentina adopta para su gobierno la
forma representativa republicana federal”. De tanto repetirlo, quizá se
contagien y dejen de declamar “mayor institucionalidad”, poniendo en
práctica “mayor constitucionalidad”.
Si bien todo esto, luego del mencionado conflicto,
ha quedado bien reflejado en el contexto social y está aún latente en el
corazón de buena parte de los argentinos, los republicanos no debemos
dormirnos en los laureles, porque sabemos también con qué facilidad se
cambia de ánimo en este país y corremos el riesgo de que con el paso del
tiempo nos embargue nuevamente la amnesia que sumerge en el olvido lo
que no nos animamos a cambiar definitivamente, bien por temor a volver a
fracasar en el intento, por la resignación de suponer que no se puede
gobernar sin el apoyo de los autócratas o, quizá, por el miedo a
encontrarnos con el futuro tantas veces soñado convertido en realidad.
En este sentido, el movimiento rural puede jugar un rol político
fundamental, actuando como dinamizador de la memoria colectiva.
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