Cada
vez que se aproxima una elección, el fantasma del fraude se asoma a las
puertas de nuestra débil República y nos hace temer la posibilidad de
que nuevamente haga de las suyas cuando llegue el día de los comicios.
En las últimas elecciones nacionales, de octubre de 2007, no faltaron
sospechas fundadas y actos a todas luces irregulares como para seguir
temiendo: padrones nunca depurados del todo (siguieron votando algunos
muertos); falta de autoridades de mesa por incumplimiento de los deberes
de los ciudadanos convocados o a los que, extrañamente, nunca les llegó
la citación; largas colas en la apertura y cierre de los comicios;
demoras en el arribo de urnas al Correo Central; y el incontenible "voto
calesita" que los punteros políticos siguieron manejando a su antojo
(sobre todo en el Gran Buenos Aires) a cambio del cumplimiento en el
pago de los planes de ayuda social.
Es lamentable ver cómo la tan
mentada "reforma política" siempre queda en el tintero de la mayoría de
los políticos, porque rápidamente los intereses de los representados
caen en el olvido de los representantes una vez que éstos llegan al
poder. Por consiguiente, este año, pese a que la oposición esté luchando
por la aprobación de un régimen de boleta única, volveremos a votar a
legisladores desconocidos en listas sábana, sin poder decir éste sí,
éste no, a menos que decidamos recurrir al poco atractivo voto en
blanco; seguiremos yendo a votar a los colegios sin saber cuánto
demorará la apertura de una mesa, si llegarán las autoridades o si
nuestro partido contará con la cantidad de fiscales necesarios para
controlar la elección; nos entregarán un sobre firmado que podrá
fácilmente replicarse y/o retirarse del lugar para que a éste le siga
una cadena de votos con las boletas previamente colocadas en el sobre
(el llamado voto calesita); además, como consecuencia de la suma de
incomodidades y anomalías, continuará creciendo el nivel de ausentismo
en los comicios (en la última elección sólo votó el 72% del padrón
electoral); y el proyecto de voto electrónico quedará guardado en un
cajón hasta que alguien, luego de las elecciones, comience de nuevo a
hablar de la necesidad de una "reforma política".
Parece mentira que en estos
tiempos, donde la informática e Internet van llenando todos los espacios
de nuestras vidas, no se instrumente inmediatamente un sistema de voto
cibernético, tan sencillo de llevar adelante como es el sistema de pin o
clave bancaria que utilizamos para hacer transferencias entre bancos
desde nuestro computador personal o el de clave fiscal que utilizamos
para hacer presentaciones juradas por Internet ante la Administración
Federal de Ingresos Públicos.
¿Cómo funcionaría el sistema? Muy
simple. Todo ciudadano en condiciones de votar debería concurrir al
Centro de Participación Ciudadana o Registro Civil más próximo al
domicilio que figure en su Documento Nacional de Identidad y requerir el
envío por correo del pin o clave electoral, que llegará a nuestro
domicilio en la misma forma que nos envían el pin los bancos o la clave
fiscal que manda la AFIP. De esta forma, un primer logro sería que
quedarían limpios los padrones electorales, ya que muertos y ausentes no
se presentarán. Una vez recibida la clave, el ciudadano, el día de los
comicios, ingresaría en la página web de la Cámara Nacional Electoral y
emitiría su voto, directamente por Internet, bien sea desde su domicilio
(si tiene conexión propia), el de un familiar, un amigo, o en un
cibercafé habilitado para realizar dicho trámite (cuya conexión, ese
día, será abonada por el Estado).
De esta manera, se eliminaría el
costo de las boletas y de las urnas, la necesidad de fiscales de los
partidos y autoridades en todas las mesas, el gasto de luz y de limpieza
en los colegios, el movimiento de las Fuerzas Armadas y de seguridad y
se tendría el resultado un segundo después del cierre del acto
electoral, sin necesidad siquiera de tener que recurrir al costo de las
máquinas que se utilizan para efectuar, en otros países, el llamado
"voto electrónico", eliminando también las distorsiones que provocan los
resultados a boca de urna que transmiten los medios antes del cierre de
los comicios y que alteran el final de los mismos.
Alguien puede decir que no
existen conexiones de Internet en todo el país: se podrá recurrir en
esos pequeños casos a la instalación de máquinas, aunque hoy en día la
mayoría de los pueblos, bien sea por conexión telefónica, antena o
cable, sistemas wi-fi o en forma satelital, cuenta o puede contar con
acceso a la red. Se podrá argumentar también que la gente con poca
instrucción no sabrá cómo proceder: la mejor respuesta es que cualquier
persona está capacitada para seguir las instrucciones de un cajero
automático y que hoy la mayoría de los obreros y empleados en blanco
recibe el pago de su salario por este medio. Por último, se puede
señalar que este sistema generará otras posibilidades de fraude, vía
jaqueo o adulteración en el centro de cómputos: habrá que preguntarles a
los bancos o a la AFIP las medidas de seguridad que vienen utilizando
hace años con excelentes resultados.
Lo cierto es que este sistema no
sólo limpiará los padrones y eliminará gastos, sino que impedirá los
tipos más burdos de fraude, aumentará el presentismo electoral, arrojará
los resultados casi en tiempo real y posibilitará en el futuro el
ejercicio de una democracia más directa mediante consultas populares.
Las ventajas frente al sistema actual son tantas que, si no se quiere
instrumentar el sistema a nivel nacional, por temor a los errores
propios de todo inicio (o a los resultados de un blanqueo electoral
libre de punteros y estructuras), debería comenzar a aplicarse en
ciertos distritos, por ejemplo el de la Capital Federal.
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