El
misterio de la Misericordia
“La
Misericordia está por encima del prejuicio”, dijo hace unos días el Papa
Francisco. “Proclama que la Misericordia es el mayor atributo de Dios”,
escribía en su diario, santa María Faustina Kowalska, la vidente polaca del
Jesús Misericordioso. “El mensaje de la Divina Misericordia es capaz
de llenar los corazones de esperanza y pasar a convertirse en el fundamento de
la nueva civilización: la civilización del amor”, decía Juan Pablo II a una multitud
de más de tres millones de personas reunidas en el parque Blonia, durante su última visita a Polonia,
en el año 2002.
¿Cuán
grande es la misericordia divina? ¿Hasta dónde llega? ¿Cuál es su límite? ¿Cómo
se equilibran la Justicia y la Misericordia? ¿Está la Misericordia por encima
de la Justicia divina? Preguntas con respuestas complicadas, como aquella de
san Pedro a Jesús: “¿maestro, cuántas veces tengo que perdonar? Siete veces, setenta
veces siete…
El
propio Juan Pablo II, en su segunda encíclica, Dives in Misericordia, aborda el tema con profundidad y, en un
párrafo señala: “…El amor, por así decirlo, condiciona a la justicia y en
definitiva la justicia es servidora de la caridad. La primacía y la
superioridad del amor respecto a la justicia, lo cual es característico de toda
la revelación, se manifiestan precisamente
a través de la misericordia”.
Misericordia,
viene del latín: miser (miserable,
desdichado) y de cordis (corazón). En
una palabra, sentir desdicha del corazón ajeno o compadecerse de quien sufre miseria
en el corazón. Aunque un monje, hace ya un tiempo, me dijo que proviene del
vocablo arameo: rahum, porque rahum era un atributo de Dios para el
pueblo de Israel. El-rahum, es el
Dios compasivo, tierno, misericordioso, de amor entrañable. De esa palabra se
deriva rahamim, que es “el amor
entrañable de Dios”, salido de las entrañas de Dios, aún más grande que el amor
salido de las entrañas de una madre para con su hijo, y que de allí entonces
proviene la palabra Misericordia…
¿Pero
si Dios a la larga todo lo perdona, para qué andar comportándose como Dios
manda? ¿Si el Juicio será leve, si ya no hay más infierno, ni pecado, ni mal,
ni maligno…para qué entonces andar preocupándose por normas o reglas? Más
preguntas, algunas hundiéndose en el relativismo más atroz que uno pueda
imaginar. Y cientos de respuestas, de acuerdo a cómo uno se despierte ese día o
viva los últimos meses.
La
Iglesia con su Magisterio clarifica. Jesús con su Palabra ilumina e interpela.
Y entre nosotros se discute, sobre esto, sobre aquello, que éste es el límite y
aquella la buena medida, para luego poder situarse y opinar en función de tal
ubicación o postura que uno haya tomado. Yo, sinceramente, todos los días me sigo
moviendo, dependiendo cómo ande la miseria de mi corazón o la de quien tengo al
lado. “Nos van a juzgar en el amor”, siempre me dicen, pero cuánto nos cuesta
amar y perdonar.
“En
la cruz, la fuente de mi Misericordia fue abierta de par en par por la lanza
para todas las almas, no he excluido a ninguna”, le decía Jesús a la
santa Faustina Kowalska. “La relación de la justicia con el amor, que
se manifiesta como misericordia está inscrita con gran precisión en el
contenido de la parábola evangélica (refiriéndose a la del hijo pródigo). Se
hace más obvio que el amor se transforma en misericordia, cuando hay que
superar la norma precisa de la justicia: precisa y a veces demasiado estrecha”,
señalaba Juan Pablo II en la mencionada encíclica. “Dios no se cansa de
perdonar”, nos dice continuamente el Papa Francisco.
El
tiempo de cuaresma invita a la reflexión, preparándonos para la Semana Santa,
donde la Misericordia de Dios, en la cruz, se expresa con toda su fuerza en
aquél: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” y también en la sangre
y el agua que brotaron del costado de Cristo abierto por la lanza.
Esta
mescolanza de ideas me ha venido a la cabeza al escribir esta columna, también
preparándome para el próximo 27 de abril, fiesta de la “Divina Misericordia”,
en la que serán canonizados en Roma, Juan XXIII y Juan Pablo II, a mi modesto
criterio, el “santo de la Misericordia”, no sólo por lo que escribió y dijo,
sino porque al poco tiempo de sufrir el atentado del 13 de mayo de 1981, que
por poco no le cuesta la vida, fue hasta la cárcel y perdonó al turco Mehmet
Alí Agca, quien había intentado matarlo.