El corazón de la política debiera ser sin dudas y por
sobre todas las cosas, “la búsqueda del bien común respetando la
Constitución Nacional”. Esta frase encierra en síntesis mi modesta
opinión sobre la cosa pública que en definitiva no es otra cosa que la
expresión latina res publica que da origen a la palabra República.
Entiendo que no se puede buscar el bien común si no se respetan las
reglas establecidas en nuestra Carta Magna, ni que se puede respetar la
misma sin procurar el bien común.
La letra de la Constitución es
bien conocida, pero el concepto de bien común, no tanto, ya que muchas
veces se confunde el bien común con el bien de la mayoría. En este
sentido adhiero a los conceptos vertidos por Aristóteles, santo Tomás de
Aquino y Jacques Maritain. El bien común no es equivalente a la suma de
los bienes particulares, sino que es algo más. El bien común representa
un plus, a través del cual el ser humano (ciudadano y persona) puede
desarrollarse. El bien común es ese algo más que le debe permitir el
acceso a la salud, la educación, la vivienda, el trabajo y la libertad.
Resulta pues interesante hurgar
en este corazón de la política y analizar si los políticos tienden en
sus acciones al bien común respetando la Constitución Nacional o si
tienden al bien propio aprovechándose de la Constitución Nacional.
Bastaría con poner ejemplos concretos en cada caso, para trazar el
derrotero.
Finalmente, considero que esta
tendencia al bien común que en nuestro Preámbulo de la Constitución está
ligado al promover el bienestar general, constituir la unión nacional,
afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa
común y asegurar los beneficios de la libertad, debe ser el fiel de la
balanza para medir la actuación política.
El verdadero político “argenuino”
debería llevar con él siempre esa medida, ese norte, ese rumbo: medir
todo bajo el prisma del bien común en el fiel respeto de la Constitución
Nacional.
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