La que debio ser una visita
eminentemente pastoral, para la pequeña grey católica que vive en
Turquía, y ecuménica, para con la Iglesia Ortodoxa en general, dada
la invitación oportunamente recibida del Patriarca Ecuménico Ortodoxo
de Constantinopla, Bartolomé I para celebrar juntos la festividad de
San Andrés, luego de la polémica suscitada por el discurso de Benedicto
XVI en la universidad alemana de Ratisbona a partir de una cita sobre
el profeta Mahoma, se convirtió en un gesto de valentía, amor, paz y
esperanza del Papa para con el Islam.
Gesto de
valentía, porque el Papa pese a las amenazas contra su vida expresadas
por grupos extremistas que mal se dicen islámicos, los desplantes
iniciales del gobierno turco que dudaba acerca del tipo de recibimiento
que políticamente le convenía dar al Papa, los anuncios de grandes
manifestaciones populares que se realizarían el día previo a su arribo
para rechazar su visita que después fracasaron y las duras palabras
esgrimidas por representantes religiosos luego de su discurso en
Ratisbona, se hizo presente en este hermoso país, bisagra histórica y
cultural entre Europa y Asia, cuna de la Iglesia de los primeros
cristianos (donde, entre otros, predicaron Pedro, Pablo y Andrés). Y no
sólo se hizo presente, sino que, a la par de intentar en todo momento
profundizar el diálogo con el Islam, no se calló de pedir por la
libertad religiosa y los derechos de las minorías, cuestión que quedó
expresada en el Documento Conjunto firmado con Bartolomé I, así como de
reafirmar su fe católica, como lo hizo en la misa junto a la Casa de
María, en Efeso, en la que señaló que Cristo representa y es la paz, o
en la catedral del Espíritu Santo, al recordar la profesión de fe de
Pedro en Cesarea.
Gesto de amor,
porque Benedicto XVI, viajó a un país en donde este mismo año (el 5 de
febrero) fue asesinado el sacerdote italiano, don Andrea Santoro, en la
ciudad de Trabzon, como consecuencia de las reacciones extremistas
contra la publicación de una serie de caricaturas de Mahoma por parte de
diarios europeos. Y si bien se refirió a don Andrea durante la homilía
de la misa celebrada en la "Meryem Ana Evi" (la mencionada casa de
María), lo hizo sin ningún rencor, sino simplemente para expresar el
valor de su testimonio para la pequeña iglesia católica de Turquía que
no está exenta de sufrimientos y pruebas. Acto de amor que también fue
visible para con el muftí de Estambul, profesor Mustafá Cagrici, quien
en su momento lo había criticado duramente (aunque luego aceptó sus
explicaciones) por aquella cita considerada "anti islámica", incluida en
el discurso sobre "fe y razón" que diera el Papa en la Universidad
alemana de Ratisbona (cita que no era de Benedicto XVI, sino una
reproducción de un diálogo del pasado). Gesto que no sólo consistió en
un saludo fraterno, sino en el dejarse llevar por el muftí dentro de la
enorme "mezquita azul" de Estambul (convirtiéndose así en el segundo
Papa en la historia que se hizo presente en una mezquita, después de
Juan Pablo II) y detenerse junto a él, para elevar una plegaria frente
al "mihrab" (lugar que indica la dirección a la Meca). Plegaria conjunta
que fue filmada por la televisión turca y cuya imagen no se cansa de
recorrer el mundo. Gesto de amor del Papa que también fue para con el
primer ministro Erdogan, quien se arrepintió de no recibirlo y fue a
buscarlo al aeropuerto de Ankara, compartiendo luego una charla privada
al término de la cual manifestó que Benedicto XVI alentaba el ingreso de
Turquía a la Comunidad Europea (cambiando de esta forma su posición
respecto a cuando fuera cardenal a cargo de la Congregación para la
Doctrina de la Fe).
Gesto de paz, manifestado por el
Santo Padre a lo largo de los cuatro días que duró su visita. El primer
día, en el mausoleo de Ataturk, en Ankara, donde utilizó palabras del
fundador de la República turca, al expresar su deseo de "paz para
Turquía y paz para el mundo". Luego, durante la visita a la "mezquita
azul" de Estambul, con aquel intercambio de regalos con el muftí, con el
simbolismo de la paloma. Una coincidencia por demás simbólica, tal como
lo manifestó el mismo Mustafá Cagrici, al entregarle al Papa la imagen
de una paloma y al recibir de éste un cuadro con varias palomas saliendo
de un canasto. Por último, aquella suelta de una paloma real frente a
la catedral católica del Espíritu Santo en la que celebró su misa final.
Y este gesto de paz, en todo momento, fue acompañado por una expresión
gozosa y contemplativa de su Santidad, volviendo a mostrar en público
uno de sus carismas más significativos.
Gesto de esperanza, porque el
permanente intercambio de signos, saludos, regalos, palabras, y cambios
de actitud, prodigados entre las partes, fue trazando un puente de
posibilidad, confianza y acercamiento, a semejanza de aquel que une
ambas riberas del Bósforo, comunicando Europa con el Medio Oriente.
Quienes tuvimos la dicha de vivir
estos días en Turquía, siguiendo al Papa, por encima de las estrictas
medidas de seguridad que por momentos parecieron exageradas y
dificultaron nuestra presencia en los diversos actos, partimos
convencidos de que sobre este puente, se puede comenzar a construir un
intercambio verdadero de dones espirituales que contribuya a la
resolución de los conflictos que existen en Medio Oriente (Irak, Líbano,
Israel, etc...) y que, ni la política, ni las armas, parecen poder
resolver.
Tal vez, en lugar de encontrarnos
frente al momento culminante del "choque de civilizaciones" que fue
anunciado hace unos años en el libro de Samuel Huntington, nos
encontremos frente a la oportunidad del "encuentro" de las mismas, tal
como fue el deseo del Santo Padre al despedirse. La actitud observada en
Turquía por parte de los musulmanes de buena voluntad, que comparten
con nosotros cristianos, el amor a Dios y a su infinita Misericordia,
parecerían querer reafirmar esta posibilidad.
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