Hemos escuchado el llamado del Papa dirigido a todos
los argentinos para realizar un “esfuerzo solidario” a fin de “reducir
el escándalo de la pobreza e inequidad social” que reina en nuestro
país. Hemos oído también al cardenal Jorge Bergoglio levantar su voz
en San Cayetano y decirnos que en medio de tal escándalo “hay gente que
sobra y es dejada de lado, tirados en verdaderos volquetes
existenciales”. Mientras tanto, en el ámbito político, se discuten
todavía los niveles reales de pobreza, ya que el gobierno nos ha privado
hace más de tres años de los números ciertos y confiables que elaboraba
hasta entonces el INDEC. Seguramente el dato se acerque más al 40% que
señala la Universidad Católica Argentina que al 16% del discurso
engañoso del ex Presidente Néstor Kirchner. Pero lo concreto es que
debemos actuar ante este flagelo.
¡Argentinos, a las cosas!, nos decía en 1939, el gran filósofo español,
José Ortega y Gasset. Y cuánta razón tenía. Porque si hay algo que nos
cuesta como nación es pasar de las palabras a los hechos. Y actuar en
este caso significa tomar medidas urgentes para combatir la pobreza y
lograr reducirla. Seguramente lo primero en lo que hay que pensar es que
para salir de la pobreza hay que trabajar y mucho. No se sale en forma
mágica, ni por ósmosis. Se requiere un cambio en la mentalidad nacional
para predisponerla al sacrificio y el esfuerzo compartido. Una voluntad
de trabajo como la que tenían los inmigrantes que llevaron el país a los
primeros planos de la economía mundial a fines del siglo XIX y que fue
mermando debido a la demagógica distribución de la abundancia que se
practicó posteriormente a través de políticas facilistas y populistas.
Asimismo, desde el Gobierno, habrá que elaborar propuestas consensuadas,
transparentes y efectivas que permitan canalizar dicho cambio de
mentalidad y compromiso social, tales como: liberar todas las trabas
existentes a la producción nacional de bienes y servicios; generar
confianza y seguridad jurídica para los inversores, de manera que se
pongan en marcha proyectos productivos que generen empleo; practicar una
reforma impositiva que elimine impuestos inequitativos como el IVA (que
recae sobre toda la población por igual) reemplazándolo por un pequeño
impuesto a las ventas; modificar las políticas de acción social que
favorecen el clientelismo político, instrumentando un ingreso mínimo a
la niñez desprotegida a cambio de escolaridad obligatoria; fomentar la
acción mutual y cooperativa mediante incentivos legales y financieros
que apunten al desarrollo de micro emprendimientos; erradicar y/o
urbanizar las villas miserias a través de planes de entrega de títulos
de propiedad en terrenos fiscales y programas de retorno a lugares de
origen; luchar contra el narcotráfico en forma efectiva, mediante la
radarización del espacio aéreo, el control satelital de plantaciones y
laboratorios y la puesta en marcha de una política inmigratoria eficaz;
incentivar el trabajo de las ONG que tienen fines sociales mediante un
cambio en el impuesto a las ganancias que permita a las empresas
efectuar mayores aportes y donaciones; etc…
Tuve la suerte hace unos años de conocer al padre Pedro Opeka, sacerdote
argentino de la Congregación para la Misión de San Vicente de Paul,
quien trabaja hace más de 35 años en la República de Madagascar, uno de
los países más pobres del mundo. El padre Pedro es reconocido
mundialmente por su lucha contra la pobreza y fue propuesto por al menos
cuatro países para el Premio Nobel de la Paz (lamentablemente, todavía
no por la Argentina). ¿Los motivos? Consiguió sacar a miles de personas
de los basurales de los suburbios de la capital malgache y darles una
vida más digna. ¿Por qué lo hizo? Conmovido al ver como un grupo de
niños peleaban en el basural contra los cerdos por un trozo de comida,
se dijo a sí mismo: “Esto no puede ser. Esto no es de Dios. Es el pecado
del hombre. Debo hacer algo por ellos”. ¿Cómo lo hizo? Es una larga
historia que trataré de resumir en tres párrafos.
Primero presentaré el cuadro de situación imperante, que no es muy
distinto al que podemos ver en algún sitio del Gran Buenos Aires.
Imaginen a miles de personas viviendo lisa y llanamente en un gran
basural, en casas de cartón, de un metro y medio de altura. Gente
hurgando en la pobre basura de un país pobre, donde lo que se tira es de
muy escaso valor. Imaginen que mucha de esa gente cuando no está en el
basural anda por las calles de la ciudad mendigando, alcoholizándose,
vendiendo droga o prostituyéndose. Imaginen por último a esos niños,
sucios, descalzos, que no van a la escuela, disputándose un trozo de
carne con los cerdos. Y ahora, hagan un último esfuerzo y sientan el
olor hediondo que despide la basura podrida, vean el humo que se levanta
de día por la quema de los desperdicios y de noche por la combustión de
los gases, escuchen el zumbido de las moscas, el batir de las alas de
las aves de rapiña y los voces de hombres, mujeres y niños revolviendo
en la basura en busca de sustento sin encontrarle sentido a la vida.
Pedro Opeka llegó una mañana a ese lugar, se bajó de la moto, entró
agachándose en cuatro patas a una de esas casuchas de cartón y reunido
con tres o cuatro dirigentes les dijo. “Si ustedes están dispuestos a
trabajar, yo los voy a ayudar”. Allí nació un compromiso consensuado,
simple y concreto que dio lugar a la futura Asociación Humanitaria
Akamasoa. “Ustedes trabajan”. “Yo los ayudo”. Y ante el sí de aquella
gente marginada y excluida, que quería recuperar su dignidad, Pedro se
puso en marcha. Debía conseguir tierras fiscales y ayuda económica, para
sembrar la tierra, construir viviendas y sacarlos de ese infierno.
Cuando la lucha contra la pobreza comenzó a obrar los primeros
resultados, fueron ampliando los compromisos. “Los niños no pueden ir
más al basural y deben estudiar. Los adultos deben dejar el alcohol, el
juego y las drogas. Todos deben trabajar en algo digno”. Con ayuda
económica extranjera empezaron a levantar pueblos, bien en el campo,
bien en los alrededores del basural. Y como las obras estaban a la
vista, las donaciones continuaron. Casas hermosas construidas por la
misma gente del basurero, dispensarios, escuelas, un gran estadio
deportivo y hasta un hospital. Explotando unas canteras aledañas,
generaron a su vez fuentes de trabajo, que fueron ampliando a través de
una fábrica de muebles, talleres mecánicos y centros de producción de
artesanías. Hoy cerca de veinte mil personas viven en los pueblos de
Akamasoa (que quiere decir: “Los Buenos Amigos”), nueve mil niños
asisten a las escuelas, cuatro mil personas tienen trabajo en las
empresas o en la prestación de servicios de salud y educativos de la
Asociación. Sí, un sueño hecho realidad, al que deben agregarse casi
doscientas cincuenta mil personas que han pasado en más de 25 años por
el Centro de Acogida donde se les da ayuda temporal.
Termino con algunas frases del padre Pedro Opeka, que pueden ayudarnos
en nuestra propia lucha contra la pobreza en Argentina (se puede
consultar la página: www.amigospadrepedro.com.ar) "La pobreza no es una
fatalidad del destino, es algo producido por los hombres, sobre todo por
los dirigentes que prometen y no hacen". "En una parte del mundo
pareciera que no hay futuro, porque no hay medios y, en la otra, sobran
los medios pero se utilizan mal, en forma egoísta, cuando la riqueza
debiera ser compartida". "Cuando los recursos sociales los maneja el
Estado, no llegan a donde deben llegar, van a parar a otro lado,
generalmente a los bolsillos de los políticos, sobre todo en los países
subdesarrollados". "Nadie que ve un chico muriéndose de hambre puede ser
indiferente". "Hay que generar empleos, para que todo el mundo pueda
vivir dignamente. Pero, lamentablemente, lo que vemos en el mundo de hoy
es que millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza,
directamente en la exclusión". "En Akamasoa no damos nada sin exigir el
trabajo a cambio, cuando se trata de personas fuertes y de buena salud.
En nuestros pueblos se trabaja, se escolariza a los niños y se respeta
la disciplina comunitaria. Mi idea es que todo proyecto social debe
estar centrado en la contraprestación, salvo cuando se trate de casos
extremos". "El modelo de promoción humana de Akamasoa es replicable en
todo el mundo, porque se basa en algo muy simple: el respeto por cada
ser humano. Todos tienen lo mínimo necesario para vivir una vida digna".